Amor, ¿azar o decisión?

¿Qué hacer cuándo el amor se presenta?, ¿cómo enfrentarlo?, ¿cómo saber qué es lo que nos espera?, ¿aventurarse a tomar la oportunidad o quedarse viendo, desde la barandilla, las estrellas?

 

Cuando el amor aparece una cosa es segura: trastoca todo a nuestro alrededor. Llega para hacernos vivir, aperender, pero sobre todo para movernos de ese letargo rutinario en el que muchos solemos transitar nuestros días. Su intensidad llega a ser tan fuerte que atemoriza a la mayoría, como si se tratase de un meteorito que cae desde el cielo impactándose estrepitosamente en los terrenos del corazón, de modo que, algunos, apenas si asoman la nariz, echan miradas discretas a hurtadillas para poner en tela de juicio si valdrá la pena salir de su trinchera. En esas andanzas nos encontramos cuando aparece la pregunta innegable, ¿decisión o azar?, ¿quién conduce nuestro “destino”?, ¿nosotros o ya está predeterminado y sólo actuamos un guión preescrito?

Las antiguas civilizaciones solían consultar múltiples saberes para conocer el futuro y, con ello, intentar estar preparados. Algunos miraban a las estrellas; otros consultaban a seres súper dotados que, se decía, eran el vínculo entre dos mundos (los oráculos); algunos más recurrían a las cartas, las runas, incluso, existían quienes creían que el mapa de la vida estaba colocado en las líneas de la mano. Con base en todas estas posibles explicaciones, la gente trataba de buscar una certeza en aquello que se consideraba simple y sencillamente inexplicable: el amor, sin embargo pocas o raras veces dichos métodos acertaban.

 

Según Cristina Alvarado en el capítulo “El amor científico para los chinos”, del libro Doyo. El libro del amor, de Ludovica Squirru (2015), el concepto de amor apareció en el siglo XIX en Europa, ya que antes poco o nada importaba este sentimiento, puesto que las uniones se decidián con base en otra serie de factores que preponderaban por sobre del corazón. Quizás por ello tantas letras intentaron encontrar puertas abiertas en leyendas, cuentos, tradiciones, para que de alguna manera privilegiaran la chispa más hermosa que genera la vida humana y por la cual vale la pena vivir a cada suspiro. En ese trajín se vivía hasta que la modernidad planteó nuevas interrogantes tras múltiples cambios en la sociedad como: ¿por qué no decidir con quién queremos estar, cuánto tiempo y para qué?

A mediados del siglo XX, poco tiempo después de que le fuera concedido el voto a la mujer en múltiples países, las cosas comenzaron a cambiar dentro de la estructura del hogar, con ello una nueva era empezó a despuntar. Una etapa en la que cada vez los matrimonios duraban menos y el amor parecía ser sólo la llamarada de una mecha que se apaga con la misma velocidad con la que se encendió. La pregunta que flotaba en el aire era, ¿por qué?

 

Visto desde el punto evolucionista, los seres humanos superamos desde hace mucho los límites de reproducción que los científicos sociales establecieran para una vida plena en el planeta, por lo que la reproducción humana dejó de ser un imperativo. Entonces ¿por qué si los cánones del deber ser y estar fueron superados, no seguimos a nuestro corazón y elegimos con qué persona queremos estar en vez de  partirnos el alma por los métodos adivinatorios dictan?

Quizá la respuesta más común que encontraríamos sería: por costumbre más que por miedo. Estamos tan acostumbrados a que nos digan qué hacer, cómo vivir y sentir que pocas veces nos lo preguntamos. Quizás por ello es que consideramos más fácil seguir la línea que trazan las predicciones en cuanto a compatibilidad, que atrevernos a decidir, pero, ¿y si decidir conscientemente fuese la mejor opción?

 

El libro Los 5 Lenguajes del amor, de Gary Chapman (1992), afirma que la euforia del enamoramiento dura de seis meses a dos años y que se caracteriza por una elevación temporal de las emociones, las cuales, en concordancia por lo expuesto por  Avery Gilbert en La Sabiduría de la nariz (2009), están relacionadas con la percepción olfativa de las hormonas que tenemos, la cual se agudiza para las mujeres durante el momento de la ovulación y decrece con la edad para ambos géneros.

Entonces, si el amor es parte de un proceso reproductivo ligado a un instinto animal que se desvanece con el tiempo y la edad, ¿no sería mejor decidir con quién queremos estar en lugar de que alguien más (oráculos, magia, predestinación, horóscopos) lo decidan por nosotros argumentando una mayor “compatibilidad”?

 

El azar y sus guiños

De acuerdo con lo escrito por Javier Gómez en su artículo en línea “El horóscopo y el zodiaco. Origen y significado”, los horóscopos tuvieron su origen en Babilonia hacia el siglo V a. de C., fueron difundidos por Alejandro Magno a lo largo de Asia, retomados por los egipcios quienes los interpretaron como el ojo del Dios Horus que mira hacia el horizonte (como metáfora del futuro que persigue el alma humana), y estudiados por los griegos como mapas celestes ligados a su forma de explicarse el mundo.

En civilizaciones como las mesoamericanas, la esencia del alma humana y el destino estaban trazados y protegidos por un animal protector, el nahual, quien a su vez se encontraba íntimamente relacionado con el tonal (esencia). Para conocerlo se utilizaba el Tonalamatl, que era más que un libro, un estudio minucioso del destino que sólo lo sabios conocían y podían revelar llegado el momento en el que las personas deberían desposarse.

 

Para los chinos, tal y como lo refiere Cristina Alvarado, la estabilidad primaba por sobre el amor convirtiéndose en cuestión de transacciones sociales y económicas, por lo cual se convirtió en foco de interés para el imperio “saber exactamente cuál era el factor que provocaba que una familia fuera productiva, numerosa, próspera y, por lo tanto, feliz”. Con base en ello los chinos desarrollaron un sistema de tablas basados en la fecha y hora de nacimiento que se creía arrojarían una compatibilidad idónea para lograr una convivencia próspera entre contrayentes.

Las civilizaciones anteriores, por mencionar tan sólo algunas, basaban la unión de las personas en conocimientos que creían los correctos para la unión de las personas; sin embargo, analizándolas, cabe una interrogante, ¿y si el amor no se puede calcular y planear entonces qué sucede?

 

La transgresión del orden establecido, la ruptura de los cánones del deber ser y estar, la conducta correcta o socialmente bien vista fueron temas de innumerables relatos en toda filosofía de vida en las diversas civilizaciones que llevaron incluso a pueblos completos a replantearse la fuerza del amor. Como ejemplo baste citar el mito de Plutón y Proserpina que dio origen a las cuatro estaciones en la Tierra; la pasión de Paris por Helena que desencadenó la guerra de Troya; el fugaz idilio de Ariadna y Teseo que concluyó con la muerte del Minotauro en el laberinto de Dédalo. En Mesoamérica la leyenda del amor de Popocatepetl por Iztaccíhuatl que desafió la jerarquía; el amor entre la Malinche y Cortés que traspasó fronteras, y en China la leyenda de los amantes mariposa quienes traspasaron la muerte para estar juntos.

La pregunta que subyace de fondo es, ¿por qué si el amor es algo imprevisible tratamos de emplear “métodos” previsibles para hacerlo seguro?, ¿por qué nos enfrascamos en el lugar seguro de la “compatibilidad” en vez de aventurarnos a amar al otro por quién en realidad es sin colocarlo en el cómo cajón del “yo creo que tú deberías de ser”?

 

Recientes investigaciones de la Nasa descubrieron una décimotercera constelación llamada Ofiuco, cabría preguntarse si los seres humanos podemos ser encasillados y metidos en pequeños compartimentos de conductas predestinadas o si somos capaces de salir de esos parámetros milenarios para ser nosotros mismos y luchar por quienes amamos por ser sólo quienes ellos son en realidad como el cúmulo particular de experiencias que son.

Gary Chapman refiere que el amor no se trata sólo de hormonas y emociones, sino de pensamientos y decisiones, en donde la determinación más contundente es amar al otro por quién en realidad es, a pesar de sus virtudes y defectos. Así, una vez traspasada la fase del enamoramiento y la ilusión podemos ver de frente a la persona tal y como es, y no como nosotros desearíamos que fuera. El amor no es algo dado, sino construido en pareja conscientemente.

 

Entonces, si el amor más allá de una primera emoción es un acto de pensamiento, ¿por qué insistimos en confiar el curso de nuestras relaciones a predicciones, en lugar de asumir las riendas de nuestras acciones? La respuesta menos común, pero más acertadas, sería probablemente: por miedo.

Amar asusta a la mayoría, tanto que vivimos en una época de ausencia de compromiso disfrazada de “libertad”, en la que las experiencias cuentan solamente como constructores de memoria si aportan una carga emotiva al ego, pero no si se trata de sumar responsabilidades puesto que ello amenaza al sentir colectivo de una cultura emocionalfóbica que, de acuerdo con Miriam Greenspan, autora del libro Healing Through the Dark Emotions (2003), citada por Brené Brown en su libro Más fuerte que nunca (2015), busca subsistir a base de emociones sumamente intensas que nos sobre estimulan para salir de esa fase de adormecimiento emocional en el que muchos se adentran con tal de no hacer frente al dolor.

 

En resumen, en una época de tanta libertad, pero también de mucha cobardía, bien valdría la pena aceptar la responsabilidad de decidir, sobre la comodidad de aceptar lo que el azar dicta. El azar fue planeado en civilizaciones antiguas como un método de predicción alineado a una posible compatibilidad que buscaba la estabilidad por sobre del amor, pero si somos lo suficientemente honestos el verdadero amor es lo menos estable que hay porque para obtenerlo primero hay que lucharlo y construirlo cada día.

En esta época de tantas “libertades” quizás cabría ser congruente, valiente y luchar por lo que realmente importa, por más que asuste, por más que su fuerza sea incontrolable, por más que  aquél que vemos enfrente nos rete y desafíe a amarlo cada día más sólo por ser él.

 

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

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