Para creer en el amor

En estos tiempos poco cree la gente en el amor. Aluden a las reacciones químicas derivadas de una increíble máquina de relojería humana en la que las hormonas y los impulsos nerviosos parecieran acaparar toda la atención; sin embargo, el verdadero amor va mucho más allá de modas, química, análisis psicológicos, antropológicos o sociológicos que deshumanizan al ser humano reduciéndolo a una pila de datos sin sentido.

 

El amor no es: una primera instancia, la antesala del coqueteo, la seducción, el acto erótico, los clichés, la costumbre, etc., es quizás la fuerza de atracción más impredecible e imprescindible que tiene el ser humano para demostrar que está realmente vivo y que su existir no forma parte de una estadística más que encaja a la perfección con lo que se dice de la humanidad.

El amor desafía las reglas de lo establecido puesto que te lleva a hacer cosas que jamás hubieras creído que serías capaz; te reta a ser la mejor versión de ti mismo; te cambia. Es ese impulso que necesitas para darle continuidad a esa serie de historias maravillosas que parecieran sacadas de un film, serie o novela.

 

Algo es cierto: el amor no es para cobardes. Todo aquello que realmente valga la pena en esta vida requiere un esfuerzo extra, siendo éste, la mayoría de las veces, arriesgarte a perderte a ti mismo en la tarea de hallar el tesoro del amor.

Y, sí, pocos lo logran. Posiblemente sólo aquellos valientes que se aventuran a la mar, que expedicionan conciencias de lo inimaginado, que saben que nunca regresarán de la misma forma en que han salido pues, si bien, algunos salen heridos en el intento, nadie regresa siendo el mismo. Muchos se lamentan por el costo-beneficio que la decisión de tirarse al abismo sin paracaídas ha traído a sus vidas; sin embargo, pasan por alto todas aquellas lecciones aprendidas que, si bien se vuelven indelebles por el dolor, a cambio te transforman en un fénix, el pájaro de fuego ruso que es capaz de transformar en oro todo lo que toca a su paso.

 

La sabiduría nunca fue obtenida a base de nada, para ganarla no hay que ser sólo aventurero, sino tener un corazón limpio y valiente dispuesto a enfrentar toda serie de monstruos sensitivos que se encuentran dentro del alma humana y que, a la menor provocación, salen queriendo devorar al otro, asustándolo y generando que por el miedo huya despavorido de nuestras vidas.

Para  amar verdaderamente, hace falta creer que en la existencia del amor no como una quimera, mito o superchería, sino como la fuerza más poderosa que transforma todo aquello que toca y hace todo posible. Todo aquello que tenemos, que transforma nuestras vida, en algún momento fue parte de un gran sueño que alguien anhelo y que gracias a su tenacidad y empeño pasó del papel a la realidad, cristalizándose y perfeccionándose cada vez más. Igual es el amor: un sueño posible si se tiene la tenacidad para resistir el dolor, luchar contra la conmiseración propia y levantarse de entre las cenizas para volar de nuevo y tocar el cielo.

 

Creer en el amor implica, a su vez, confiar en que existe alguien perfecto para uno, no una mitad de alma partida en dos, una media naranja, ni un semidios, sino simple y sencillamente una persona tan llena de defectos y virtudes como uno mismo, que es capaz de sobreponerse a los malos momentos y luchar, aunque también de disfrutar de los buenos instantes haciendo con ello crecer la relación.

En resumen, el amor no es sólo algo dado, pues si bien empieza así, para que florezca hace falta mucho esfuerzo, perseverancia y, sobre todo, valor para luchar por él y creer que es posible aunque uno no lo vea muy a menudo por las calles —lo cual es normal si se piensa que cada vez y con mayor frecuencia el miedo se tergiversa disfrazándose de indiferencia.

 

Lo importante es luchar por algo que no se ve, para que al final se haga visible, tal y como sucede con los sueños que se han vuelto realidad y de los cuales todos aún en nuestra cotidianidad formamos parte. Como cuando alguien maneja un auto o se sube a un avión para cruzar una distancia que, en otra época, jamás se hubiera imaginado como algo posible, o como cuando desciendes de una “caja mágica” llamada elevador y hasta cuando, a través de una fibra óptica imperceptible para la mirada humana, encuentras al otro lado del hilo la voz de aquella persona que te hace vibrar desde tus más profundos cimientos.

* Mireille Yareth es comunicóloga e historiadora, contáctala en [email protected]

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