Babel y el amor
¿Te ha pasado que tras un disgusto, cuando las cosas se ponen feas y escuchas aquella terrible frase de «tenemos que hablar”, tratas de comunicarle al otro cómo te sientes, pero, por más que lo intentas, pareciera que hablas en idioma oso y nada más no logras transmitir lo que quieres?
La incomunicación, el silencio y el ruido son, por increíble que parezca, parte del mismo sistema de la comunicación y también cuentan. Ante esto la pregunta que subyace es, ¿por qué, aunque tenemos la intención de comunicarnos, no logramos entendernos?
En las relaciones, al igual que en la mítica historia de la ciudad de Babel, donde los hombres intentaban edificaban torres de grandes dimensiones para llegar al cielo y no lograban concretar su tarea por la incomunicación, suele pasar que por más que nos esforzamos en edificar con amor una relación paso a paso, a través de detalles y momentos valiosos que, por instantes pareciese que nos acercan al cielo, de repente suceden cosas que nos hacen querer echar todo por tierra e irnos; sin embargo, aquello que nos mantiene es un objetivo común: el amor.
El amor es siempre la respuesta ante el orgullo, la ira, la soberbia y el dolor; es aquello que nos hace regresar y decir: “perdóname” o “te perdono”, dando pie a que continúe la historia entre dos personas y a otorgar no sólo una, sino mil oportunidades si realmente sientes que vale la pena. Así que, si decides conceder otra oportunidad, es bueno que tomes en cuenta que, en la comunicación, cuenta más todo aquello que no se dice que lo que lo que se expresa por medio de las palabras.
La comunicación se divide en verbal y no verbal, y a pesar de que hay países como el nuestro en los que el lenguaje tiene una riqueza impresionante, lo más importante es aquello que ni siquiera sale de la boca, lo que se expresa a través de gestos, posturas o actitudes.
El sistema básico de la comunicación es lo más sencillo del mundo: integra un emisor (quien habla), un mensaje (lo que se dice) y un receptor (quien escucha). Y hasta ahí todo bien, hasta que aparece el código (que puede ser, entre otro,s el idioma) y el ruido (que es toda esa serie de cosas que no nos dejan entender y que distorsionan el mensaje). Aplicado a las relaciones, este esquema se vuelve todo un meollo cuando el emisor grita, el receptor pone su muralla al estilo “la ley del hielo”, y donde lo que se quería decir nunca llegó en realidad a ser escuchado. Por lo que es importante considerar que en las relaciones lo más importante es el tono, los gestos y la actitud más que el mensaje mismo. Como tip: si estás muy molesto, no hables, mejor piensa las cosas con calma y posteriormente estructura el mensaje de la mejor forma que puedas.
Por ahí dicen que los seres humanos tenemos una boca y dos oídos para hablar menos y escuchar el doble. Quizás si en una conversación realmente fuese así y quienes la integraran se comunicaran fluidamente (como quien juega ping pong) podrían entenderse mejor. El problema emerge cuando, como diría Igor S. Pavlovich, “solemos hablar sólo de nosotros mismos, interrumpiendo a los demás, sin prestar atención en lo que otros dicen porque sólo estamos pensando en qué diremos después”, contando con la típica actitud yo-yo, donde sólo importa lo que yo digo, siento o pienso. Lamentablemente ese camino va al precipicio y a la soledad.
En una relación es tan malo quien abusa de la palabra como quien enmudece, ya que ambas conductas reflejan inseguridad o desinterés. El protagonismo pasa a segundo término si no se es capaz de ver que de por medio está la relación y el amor.
Parte del problema de incomunicación en pareja es que no siempre decimos todo lo que pensamos. Y, desafortunadamente, tampoco pensamos todo lo que decimos, lo que ocasiona que, más de una vez, lastimemos a las personas que amamos por no medir la fuerza y el impacto de nuestras palabras.
Así que, en la comunicación en pareja, al igual que en la vida, es aplicable cien por ciento una regla básica: “Hiere más lo que sale de tu boca, que lo que entra”. A veces las palabras son más letales que las armas pues las heridas del corazón tardan más en sanar que las del cuerpo. Si tienes esto en cuenta, quizás la próxima vez exista una menor posibilidad de herir a quien amas.
Recomendaciones
1.- El otro no es adivino. No infieras que él sabe. Habla con él y aclaren los problemas.
2.- “No hagas uso del costal de piedras”. Guardar rencillas pasadas en un enorme saco de rencores no te servirá de nada. Aunque parezca trivial, es mejor ir abordando las cosas conforme vayan sucediendo que esperar a que algo grande suceda para vaciar todo el saco de culpas en un solo momento.
3.- “La ley del hielo”. Es hora de madurar. Utilizarla es una tontería que pasa de generación en generación y que, según la escala de violencia impulsada por el Instituto Politécnico Nacional (IPN), es una forma de agravio. Así que, no hagas lo que no te gustaría que otros te hicieran.
4.- “Ya lo pasado, pisado”, es decir si ya pasó y ya se arregló, da vuelta a la hoja y sigan sus vidas, no te quedes atascada en el berrinche infinito.
5.- “Deja el drama para las telenovelas”. Deja de rogar y de que te ruegen. Una relación es de dos. Dos la construyen, mantienen o destruyen. Así que cero berrinches. El hablar da miedo, pero más miedo da quedarte sin el amor de tu vida por una bobería que, a tiempo, puede tener remedio.
Finalmente, la incomunicación empieza cuando uno de los dos se va y abandona el barco, cuando adoptan la actitud no quiero verte y utilizan excusas como la computadora, el iPad, el celular, los audífonos, ignorar al otro (incluso en las redes sociales). Ante ello, el silencio también se vuelve parte del mensaje del tipo: al buen entendedor, pocas palabras. Aún el no hablar, es una forma de manifestar una actitud y transmitir un mensaje.
La superación de esta triada de incomunicación, silencio y ruido es aquello que parece lo más sencillo y en realidad es lo más complicado: humildad y buena actitud, si esa persona en verdad vale la pena.
* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]