La preparación para el matrimonio

El primer argumento ante las desavenencias de un matrimonio es la típica frase de que “nadie los preparó para el matrimonio”.

Muchos matrimonios dicen que se les preparó para todo en la vida menos para casarse y ser padres. Esto es verdad, en parte. Pero más que lamentarse sería útil hacer algo al respecto. Para quienes ya están casados y se sienten mal preparados, pueden tomar cursos, acudir con especialistas, leer libros o buscar ayuda y no seguir por inercia con su matrimonio. Para quienes se encuentran en sus preparativos de bodas, están en las mejores posibilidades.

No es difícil descubrir que el matrimonio exige preparación. En primer lugar los novios tienen que prepararse para tener una visión verdaderamente cristiana del matrimonio. Vivimos en una sociedad cuya mentalidad es muy laxa al respecto. Cada uno forma su propia idea según sus conveniencias. Ya no se cotiza la fidelidad ni la indisolubilidad. Los novios tienen que madurar estos conceptos y conocer sus implicaciones antes de casarse. Como cristianos están llamados a dar testimonio y a crear una corriente positiva en favor de la familia y del matrimonio. Todo esto exige una verdadera preparación.

El noviazgo se ha de aprovechar para madurar una relación sólida y no diluirse en sentimentalismos. Deben aprender a manejar constructivamente los pequeños conflictos que surgen. Además, los dos protagonistas deben mantenerse lúcidos para detectar las posibles causas de conflictos y resolverlos a tiempo. Hay un consejo de sabiduría matrimonial que debe ser para ellos como una regla de oro: una vez casados, los problemas no desaparecen sino que se agravan. Un problema no resuelto antes del matrimonio es un mal augurio.

Esta regla expresa una realidad severa. Conviene tenerla en cuenta. Si una pareja descubre un problema serio en su relación durante el noviazgo, deben pensar que es necesario resolverlo antes de casarse; no albergar ilusiones para después. Aquí estamos hablando de problemas serios, es decir, aspectos con los cuales no se podría vivir tranquilos. Es evidente que todas las personas tienen defectos y ciertas incompatibilidades. Pero no se debe proceder a un matrimonio donde existe una incompatibilidad grave. Una pregunta sencilla puede aportar luz: ¿podré yo vivir toda la vida con esta situación? A continuación pongo una lista de posibles áreas de conflicto sacada del material que se suele usar en los cursos prematrimoniales. Cada uno de estos puntos es como un semáforo en rojo: no se debe continuar si no se resuelve.

¿Hay algún desacuerdo entre nosotros en algunos de los siguientes puntos?

– Nuestras funciones (roles) respectivas en la vida matrimonial.
– Nuestros planes sobre la carrera.
– Nuestras amistades.
– La toma de decisiones en la pareja.
– Aspectos de nuestros caracteres.
– La manera de expresar el afecto.
– El uso del tabaco, del alcohol, de las medicinas, de la droga.
– La manera de comportarse con personas de otro sexo.
– El estado habitual de ánimo del otro.
– El nivel de profundidad de nuestra comunicación.
– El apoyo emocional que recibo y espero.
– Nuestra manera de resolver los problemas.
– La intervención de otros (padres, hermanos, amigos) en nuestros problemas.
– Temores sobre el posible comportamiento futuro de mi cónyuge.
– Las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y la moral.
– La planificación familiar.
– La manera de comportarnos con nuestras familias políticas.
– Actitud y expectativas sobre la vida sexual.
– La convicción de que nuestro matrimonio sacramental es una alianza para siempre en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad.

Terminamos aquí estas líneas con la esperanza de que puedan dar alguna luz a las parejas, tanto para prepararse bien para su vida matrimonial como para vivirla con mayor plenitud.

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