En sus marcas, listos, ¡fuera!

Antes, lo importante era el sacramento y no la fiesta —y sin siquiera acabar la frase, Vivi dio una larga bocanada a su cigarro de lechuga y remató el preámbulo de una conversación que prometía bastante controversia ya desde el inicio—. Ahora, lo de menos es justamente eso —sentenció.

Lo único trascendente en estos días es la fiesta; a
estas novias modernas sólo les importa hacer la más novedosa recepción, ser
quien pone tal o cual cosa nueva que sorprenda a las demás, contratar al mejor
grupo o al mejor banquete o el mejor salón de eventos.

¡Dios!, esto sí que es una competencia a muerte —dijo
entre suspiros Vivi, a la vez que terminaba su cigarrito y dándonos la
oportunidad implícita de abrir la boca por primera vez desde que puso este tema
en la mesa del cafecito de los jueves.

Con la ceja fruncida tipo La Doña, Jenny, sin soltar
el tenedor que sostenía un delicioso trozo de pastel de chocolate, comentó:

—Pues eso está bien, ¿qué no? A mí me encanta ver las
bodas de competencia, sobre todo entre amigas íntimas. Siempre se están
peleando entre ellas por ver quién ofrece más. Esas son las mejores.

Recuerdo una a la que fui de una de las best friends
y una de ellas, en particular, estaba, bueno, entrada en la competencia de tal
forma que no sólo dejó sin un quinto al papá, también desfalcó al novio y ella
gastó hasta lo del enganche de la casa con tal de hacer una boda de ensueño que
después fue de pesadilla por el gasto desmedido que armó.

En serio que fue singular. Como la de la otra amiga
fue primero, bueno, pues estuvo al pendiente de todos los detalles que la amiga
haría para superarlos. Si Ana Karen había puesto sombrillas de colores,
Mariloli ponía sombrillas de colores con listones colgantes.

Fue algo poco menos que ridículo, pues la mayoría de
los invitados fuimos a la boda de Ana Karen y después a la de Mariloli que en
su afán de protagonismo dejó de lado lo más importante, que fue la ceremonia
religiosa y la verdad es que pasó sin pena ni gloria, así tal cual.

—¿Cómo puede ser posible eso? —preguntó asombrada
Marijós—. Me resulta poco menos que increíble, en verdad que sí. Me acuerdo que
en mis tiempos eso era lo de menos. Hacer una fiesta en casa o en algún hermoso
jardín era lo que se usaba. El chiste era casarnos, presentarnos ante Dios en
nuestras mejores galas para recibir su bendición y el sagrado sacramento. Lo
demás, resultaba ser lo de menos, aún cuando la frase se escuché más que
trillada.

—Sí, sí —volvió Vivi a las andadas, tras habernos
dado unos minutos para intervenir—. Eso es algo que se está perdiendo en el
afán de presentar la mejor de las bodas; hacer una fiesta única, irrepetible,
creativa y más original que todas. Gastar, gastar y gastar.

—Lo trascendental es que tirar la casa por la ventana
no garantiza hacer la mejor de las bodas —comenté aprovechando los cinco
segundos en que Vivi encendía su siguiente cigarro de lechuga en un nuevo
intento por dejar de fumar—. Además, las competencias no siempre son tan buenas
y menos cuando se pierde el foco de una boda, que es justamente el Sacramento.

—Eso es justamente lo que digo —replicó Vivi
retomando—. Las bodas que dice Jenny son como el pan nuestro de cada día, todas
las novias innovando, vaciando las carteras de los papás o los futuros maridos,
en el incontenible afán de competencia.

Recuerdo el caso de una compañera del trabajo que fue
tan, pero tan espléndida, que después, cuándo hablé con ella para saber como le
había ido en la luna de miel, me contó que estando en Nueva York sólo conoció
los alrededores del hotel, pues las tarjetas estaban llenas y los bolsillos
vacíos y fueron sólo porque ya les habían pagado el viaje.

—Es cierto —dijo Marijós—, ahora que lo dicen, a mí
también ya me tocó una de esas bodas en las que las amigas compiten entre sí, y
fue tanto el afán de competencia de una de ellas, que en lugar de poner los
snacks acostumbrados, montó literalmente una feria para agasajar a los
asistentes. Todo por que la amiga que se había casado antes que ella había
mandado hacer unos monísimos puestos de golosinas y cosas para botanear que
fueron la delicia de todos los que asistimos a esa fiesta.

Pues creo que a todas nos ha tocado ir a más de una
de esas celebraciones en las que, además, se siente el ambiente de competencia.
Los novios lo trasmiten. No sabría bien a bien como describirlo, pero casi se
respira en el aire el espíritu competitivo.

—En serio que sí —retomó Vivi la plática—, deberían
de recordarles que no es que no importe la fiesta, el vestido, la comida o la
música, sino que lo trascendente es el hecho de comprometerse con otro ser
humano para toda la vida, haciendo votos ante las leyes de los hombres y ante
Dios.

¡Ya sé, ya sé!, van a decir que soy una mojigata,
pero no. Estoy de acuerdo con las modernidades y todo lo que los tiempos
actuales traen consigo, pero de eso a desvirtuar las cosas, como que no me va
—dijo contundente Vivi como para cerrar con broche de oro el tema que ella
había traído a la mesa de los jueves.

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