La jaula de oro en las relaciones de pareja: de la pérdida a los apegos

¿Has escuchado decir a la gente que “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”?

 

En la vida, como en las relaciones, se nos ha enseñado a ganar a toda costa y a rehusar perder, cuando en realidad toda pérdida conlleva ante sí un obsequio, si se sabe entrever, que es la sabiduría.

Perder nos avergüenza porque hemos crecido creyendo que solo áquel que obtiene la presea es merecedor de acaparar la atención y obtener la fama. Pensamos equivocadamente que al perder no somos lo suficientemente “buenos”, cuando en realidad, en la vida hay muchos otros factores que determinan los rumbos que va tomando la vida.

 

El aprender a soltar, aceptar errores y asumir responsabilidades, son quizás algunas de las acciones que pueden ayudarnos a afrontar retos y superar relaciones. Ello nos prepara para la afrontar la vida e ir adquiriendo madurez; pero, ¿qué pasa si nos rehusamos a ello?

La aceptación ante la pérdida es, en las relaciones interpersonales, un tema difícil de navegar debido al tormentoso mar de emociones que nos rodea cuando no logramos dominar nuestros impulsos y pensamientos.

 

La pérdida es un punto nodal que ha sido abordado a minucia por la psicología y la tanatología, conocimientos que han buscado explicar al ser humano qué hacer ante situaciones adversas de conflicto que atentan contra su estabilidad emocional.

En el terreno de las relaciones sentimentales, la pérdida es evidente cuando una relación, tras resquebrajamientos, llega a su fin. Ya sea por consenso mutuo o petición por una de las dos partes, implicando una fuerte dosis de dolor tanto para quien la termina, como para quien desea continuarla. Comúnmente sucede en este punto que, al presentarse la ruptura, a una de las dos partes le es más fácil reemprender el vuelo y a la otra no, ¿por qué?

 

La respuesta suele ser, en la mayoría de los casos, los apegos y la negación por aceptar que las cosas llegaron a su fin, generándose con ello un cambio que, no por fuerza, es malo. Los cambios son parte de la vida, todo el tiempo todo está en constante movimiento y, por tanto, en cambio, sólo que no lo notamos hasta que la acumulación lo hace evidente. Por ejemplo, el paso de los años se hace evidente cuando aparecen signos en el cuerpo como las arrugas o las canas. De igual forma sucede en las relaciones, que son algo vivo y que deben trabajarse todos los días, ya que de no hacerlo la acumulación de sentimientos hace que ésta vaya muriendo paulatinamente hasta llegar el punto de la conclusión definitiva.

Cuando la ruptura se hizo presente y la pérdida es más que evidente. No queda más camino que: a) luchar, hablar, enfrentar y tratar de rescatar, o b) aceptar y dejar ir. Es quizás la segunda opción la que más trabajo nos cuesta y la que probablemente tratamos de evitar a toda costa porque nos deja con el corazón hecho pedazos y las alas rotas; retrayéndonos en el fondo de una jaula de oro de conmiseración que aguarda por nosotros tanto como queramos estar y que, incluso, nos concede un horrible columpio en el que nos subimos ante la victimización dándonos una y otra vuelta en vez de aceptar la pérdida, salir de ahí remprender el vuelo y volar de nuevo.

 

El estar dentro de esta jaula de emociones, nos evita ver que allá afuera hay todo un mundo maravilloso de oportunidades aguardando a que simple y sencillamente nos decidamos a salir de allí. ¿Cuánto dura el encierro? Tanto como cada uno quiera estar.

El salir de ahí depende única y exclusivamente de nosotros, nadie más tiene la llave excepto cada uno de los que entraron ahí por su propia voluntad. ¿Cómo se sale? De la manera más simple: caminando por donde se entró, al igual que de un callejón. Siempre hay una salida, siempre y cuando se tenga una perspectiva diferente. Un callejón nunca es una vía sin salida, pues se sale de él por la misma vía por la que se entra, entonces, siempre tiene una salida. Solo que es necesario ser valiente para descubrirla, porque a simple vista no se ve. Igual sucede en esta jaula. Se sale por  donde se entró después de entender que la conmiseración y la victimización son nuestros únicos  verdugos y que pueden vencerse a través de la aceptación de los hierros propios, asumiendo responsabilidades y sobre todo: perdonándonos (interior) y a los otros (exteriormente), otorgando  con ello nuevas oportunidades y posibilidades de ver y entender la vida.

 

Ahora que ya sabes cómo salir de la jaula, ¡sal de ahí!, tira esa llave que es tan pesada como un ancla. Levanta tu corazón, desempólvalo, ármate valor, perdona, dirígete hacia la puerta y remprende el vuelo. Continúa, aprende del pasado, arriésgate y ama de nuevo una y mil veces si es preciso. Que no sólo el Ave Fénix sabe lo que es emerger de los cenizas y volver a brillar como el sol.

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

 

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