Las 7 reglas del diálogo conyugal

¿Cómo ha de
ser el diálogo conyugal? El P. Nicolás Sckwizer propone estas siete reglas
prácticas para que ahora ofrecemos, y que garantizan la renovación en el amor
si se siguen de corazón. ¿por qué no hacer la prueba?

Para que el
diálogo sea enriquecedor y fecundo, hay que cumplir determinados requisitos.
Cada pareja, al poseer una identidad propia, tendrá que encontrar su manera
peculiar. Existen, no obstante, determinadas reglas básicas. ¿Cuáles son estas
reglas del diálogo conyugal? Se pueden resumir así: el diálogo conyugal, para
que sea eficaz y creador, debe ser: humilde, paciente, simpático, cálido, oportuno,
constante y renovado.

 

1 Humilde

La primera
cualidad del diálogo es la humildad. No se debe avanzar hacia el otro hinchado
por su propia perfección, seguro de lo definitivo de sus razones. No existe el
cónyuge ideal, ni tampoco nadie es dueño de toda la verdad. Semejante actitud
imposibilita el intercambio desde el origen.

El
peligro de todo diálogo conyugal es que, frecuentemente, se vuelva una
acusación: se tortura, se ataca, se acusa recíprocamente, y se sale de esta
situación más apartado que nunca. Por eso conviene que los esposos, a la hora
de iniciar el diálogo, tengan la prudencia de ejercer la autocrítica.

  Es
algo básico. Hay que tener un gran cuidado —a la hora de las recriminaciones,
críticas, preguntas embarazosas— para examinarse a sí mismo y verificar hasta
qué punto puede uno mismo ser sujeto de censura. No es tan raro que uno
proyecte sus fallas y limitaciones en el otro. Con una actitud de humildad y
autocrítica, la conversación se desarrollará en un clima de lucidez, calma y
comprensión.

 

2
Paciente

En un solo
día no se conseguirá la comprensión del cónyuge. Como todo, la vida de dos
juntos requiere un largo aprendizaje, una permanente educación.

Y
toda educación descansa sobre la paciencia. Sabemos que consiste, antes que
nada, en repetición incansable, en incesante recomenzar. Así ocurre entre
marido y mujer. A veces, será necesario repetir durante toda una vida la misma
observación, formular la misma petición.

No
es que el otro tenga mala voluntad; sucede que simplemente se le olvida o no
logra crear el hábito, que sólo nace con la repetición. Lo importante, pues, es
saber repetir con una paciencia que, además, es atributo de la fortaleza. En el
caso de la vida matrimonial, esta paciencia es aún más importante, ya que la
mayor parte de las veces, están en juego solamente detalles. Pero estas
pequeñeces sin importancia, al multiplicarse, se hacen irritantes. La
impaciencia crece y amenaza con manifestarse en los momentos de charla. Y es
eso lo que hay que evitar. La paciencia dará al diálogo un clima de calma, de
serenidad, sin tensiones e irritación.

 

3
Simpático

Para que el
diálogo conyugal sea un instrumento de aproximación, no debe llevarse a cabo en
términos agresivos, sino por el contrario, de la forma más simpática. De otro modo,
no podrán menos que defenderse y volver a atacar.

En
el momento en que los dos se encuentran cara a cara para iniciar un análisis de
la situación conyugal, importa mucho el sentirse amado. Los roces inevitables
de la vida en común crean, al multiplicarse, una antipatía reprimida que, tarde
o temprano, hará explosión. Si triunfa la antipatía por encima de la simpatía,
el clima del diálogo se hace denso y llega a sofocar. Y entonces las personas
se cierran en seguida, se recogen en sí mismas o se irritan. La conversación se
hace entonces imposible, inútil. En tales condiciones se da un extraño diálogo
de sordos en el que nadie quiere escuchar a nadie. Sólo la simpatía presente en
cada momento, asegura un intercambio fructífero.

 

4 Cálido

Hay que
insistir siempre en que el diálogo sea cálido, porque la frialdad es un peligro
que amenaza a todos los cónyuges. Una vez que se han acumulado algunas
incomprensiones consecutivas, la irritación contenida se traduce en un marcado
enfriamiento de las relaciones de la pareja. No se es propiamente hostil al
otro; se es simplemente indiferente a él, con una indiferencia helada.
Evidentemente, esto es algo que aumenta la incomunicabilidad y cierra toda
salida. No se llegará jamás al encuentro interior en tales condiciones.

 

5
Oportuno

Es un arte
saber escoger lo que debe decirse y lo que debe callarse. El proverbio lo
enseña: “No toda verdad es para ser dicha”. Existen algunas que es mejor
callar, porque diciéndolas solo lograríamos herir; sin provecho alguno para un
mejor entendimiento. Existen silencios que deben ser respetados, secretos que
son inviolables. No todo ha de decirse ni tampoco puede preguntarse todo. Para
poder escucharse, la pareja debe respetarse, una de las formas de respeto
consiste en saber no preguntar o no insistir cuando no conviene; otra forma es
no decir al cónyuge una verdad demasiado dolorosa. La discreción, en el sentido
profundo de la palabra, es la clave de los diálogos conyugales. Es decir, deben
discernir qué puede comunicarse y qué debe callarse, en todos los casos.

Esto
se aplica también al momento escogido para manifestarse. La verdad no puede ser
dicha en cualquier momento. No habría que hablar jamás cuando se está en
determinados estados de espíritu. Por ejemplo, cuando se está dominado por la
cólera, los celos, la tristeza profunda o una excepcional euforia.

No
son las emociones las que deban animar al diálogo, sino exclusivamente la
razón. Se juzgará, a nivel de la inteligencia, no de las pasiones, cuando es el
momento oportuno para decir tal o cual verdad, o pedir determinada explicación.
Escoger en forma acertada el momento del diálogo es asegurar su éxito.

 

6
Constante

Tenemos que
imprimir un ritmo seguro al diálogo, una periodicidad regular, para evitar que
aumenten las incomprensiones y se acumulen los problemas.

Aquí
podríamos decir también algunas palabras sobre las interrupciones del diálogo.
Pasa todavía bastante frecuentemente que después de una pelea o un enojo
suspendemos ese diálogo que tendría que ser permanente, y hasta lo suspendemos
por tiempo indefinido. Y después viene la pregunta: ¿quién de los dos inicia de
nuevo el diálogo?

Mucho
depende del temperamento: el colérico es demasiado orgulloso para iniciarlo; el
melancólico está demasiado hundido por lo que pasó; al flemático probablemente
no le importa mucho; el más indicado sería entonces el sanguíneo que no aguanta
la situación por mucho tiempo. Ahora, si a mí me preguntan, yo suelo decir: es
evidente que el más maduro debe reiniciar el diálogo.

 

7 Renovado

La constancia
en el diálogo exige, en compensación, un esfuerzo de renovación. Porque es
necesario, a pesar de todo, tener algo que decirse para poder hablar. Por lo
contrario, reinará la monotonía en nuestros diálogos.

Si
la esposa sólo sabe hablar de la moda o del servicio doméstico, y por su lado,
el marido sólo sabe hablar de negocios o de política, es evidente que la
conversación será a la larga aburrida. La palabra está en función del
pensamiento. Es urgente, por lo tanto, cultivarlo como un deber. Pero la cultura
sería, en el sentido de abrir cada vez más su espíritu y su horizonte con el
propósito de aprender a vivir mejor y de saber responder a las preguntas que
todo ser inteligente se plantea. Muy actual entonces el tema de nuestras
lecturas, de nuestras realizaciones artísticas, de nuestra cultura religiosa…

 

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