Rapunzel

Rapunzel estaba furiosa, y más que furiosa
decepcionada. Acababa de entrar a su departamento que estaba en la parte más
alta de un enorme y exclusivo edificio ubicado en una maravillosa ciudad.

Justo iba llegando del salón de belleza ya que
tener una cabellera tan larga era una tarea ardua… se necesitaba mucho shampoo,
acondicionador, tratamientos capilares, paciencia y ¿para qué? ¡Para qué
mantenía ya una cabellera tan larga y tan difícil de cuidar!, si ya había
conquistado al Príncipe y lo único que había conseguido era que ahora ese
príncipe que llego atraído por su deslumbrante cabellera la cambiara por un
partido de fútbol con sus amigos y ¡justo ese día!… El día que celebraban un
año más de haberse visto por primera vez a los ojos para descubrir que existía
el amor a primera vista. Pero, era de esperarse, siempre había sido un
olvidadizo de lo peor.

No había más qué hacer… Nuestra
princesa sólo tenía ánimo para estar con su iguana a quien había llamado
“Dragón”, justo él se la regaló en su anterior aniversario porque sabía que
quería una; pero ahora, estaba harta de lidiar con príncipes… ¡príncipes que
nadie entiende! De hecho, empezaba a creer que era realidad lo que una de sus
amigas solía decir: “A los Príncipes, por más que los beses, nunca dejarán de
ser sapos”

Así que todo estaba decidido,
mañana a primera hora… ¡corte de cabello!

 

 

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