Ser bella no es fácil
Ser bella por dentro y por fuera implica esfuerzo. Esfuerzo que a veces puede rayar en el masoquismo, y si lo dudan, vean cuántos zapatos de tacón de aguja del diez tienen en el closet que aún cuándo lastiman hasta sacar las lágrimas, se los seguirán poniendo porque se ven tan lindos.
Dar buena impresión siempre ha sido como un sello particular de las mujeres, bueno, de aquellas que se quieren a sí mismas y se preocupan por lo que ofrecen a los demás, pues conozco algunas que ni la ceja se sacan y andan por la vida quitadísimas de la pena.
Si queremos algo bueno, definitivamente, tenemos que ofrecer siempre no sólo lo bueno, sino lo mejor. Y por lo general, todos los días habrá algo que podamos perfeccionar en nuestro aspecto llevando esa hermosura al aspecto emocional y también al intelectual.
Arreglarte para ir a una fiesta es como un ritual personal en el que inviertes tiempo para mostrar tu ángulo más favorecedor usando aquel ajuar que te va mejor que los de diario; maquillaje que destaque tus cualidades, y el peinado que sea la cereza del pastel para, así, proyectarte como la mujer que eres.
Ser bella o manifestarte como una mujer hermosa es cuestión de gusto, de tiempo e indudablemente de amor propio y actitud. Puedes pasar horas frente al espejo tratando de mejorar todos los aspectos que crees imperfectos en ti, sin embargo, si no echas una miradita al interior, la chispa que te hará inolvidable jamás saldrá.
Este esfuerzo de proyectarte siempre hermosa es algo que debes hacer de mañana de tarde y de noche, en la salud y en la enfermedad, cuando estés hablando de presentarte ante el marido, pues no por estar casados bajarás la guardia.
Y sabes a lo que me refiero. Quién no conoce a la clásica mujer que se puso mejor que modelo para la boda y años después se convirtió en una señora (sin tubos porque ya no se usan), sin maquillaje, con diez kilos encima y en lugar de las divinas blusas que la hacían verse fabulosa, ahora usa las camisetas y los pants del marido, porque como está intentando bajar de peso no compra ropa de su talla.
Ya en una vida de pareja, el dejar de preocuparse por el entorno o por el crecimiento personal, hace que los temas de polémica —esas interesantes pláticas, tan amenas cuando novios—, se empiecen a convertir en la monotonía de desayunos en los que él lee el periódico mientras ella cuenta el chisme de la vecina o la familia o el capítulo de la novela de ayer.
Pareciera sacado de historias de la década de los cincuentas ¿no? Sin embargo, en pleno siglo veintiuno todavía es una realidad. Mujeres que dejan de preocuparse por sí mismas tanto en su aspecto físico como en su belleza interior al momento de entrar en la nueva etapa del matrimonio.
Es cuestión de no dejar nunca esa coquetería que hace que sólo las mujeres aguantemos una faja que no deja respirar sólo por lucir esbeltas y sin esa abominable panza de melón o de toronja o de sandía, según sea el caso. O aguantar la caja completa de pasadores y el pelo estirado hasta convertir tus divinos ojos tapatíos en bellas muestras orientales con tal de ir poco menos que una diosa a la fiesta de tu mejor amiga.
Creo que estamos hechas para ese tipo de sacrificios que nos hacen lucir siempre mucho, pero mucho mejor que como amanecemos. Unas lo necesitamos más que otras, eso es una realidad; pero no hay mujer que no necesite un poco de labial o rímel para lucir esplendorosa.
Casi siempre escucho de las mujeres casadas que eran un dechado de belleza y coquetería en su soltería. Después, de casadas, se convirtieron en mujeres sin arreglo porque no tienen tiempo, la casa absorbe demasiado, y es primero que los hijos coman, estén arreglados, vayan a la escuela y miles de pretextos que siguen utilizando hasta para no pintarse ni las uñas.
Hace poco escuchaba a una mujer con cara lavada disculpándose, precisamente, por no traer ni una gota de maquillaje. Decía que era porque estaba demasiado desvelada y eso la había hecho salir con el tiempo tan recortado que ni siquiera el peine se pudo pasar por la cabeza.
Me pareció poco menos que increíble. Una pasada de peine y una acomodadita con un poco de rimel, corrector, blush y gloss hubieran hecho la diferencia en ella, y en lugar de verse tan traqueteada mostraría un rostro lindo sin exhibir los estragos de una noche de desvelo.
Para ser bella, se necesita esfuerzo, dedicación y amor propio; la proyección ante los demás es cuestión de actitud. La actitud de la mujer que se siente a gusto consigo misma, con sus virtudes y con sus defectos, sacándole provecho a los primeros y minimizando los segundos es lo que la hace diferente de las demás.
No por cambiar de estado civil se baja la guardia, pues casada, una mujer que se ama a sí misma, tiene aún más motivos para seguir luciendo bella y espectacular, cual diosa griega. Levántate más temprano y deslumbra a tu hombre, pero especialmente, ¡deslúmbrate a ti misma!