Premio o castigo: cómo educar a los niños
La educación es de una importancia transcendental y de una gran responsabilidad para los padres. Hay en la vida muchos hombres que lamentan su desgracia por las faltas y descuidos de sus padres.
En educación, como en todo, se recoge lo que se siembra. A los niños, gradualmente, según ellos vayan siendo capaces de asimilar, hay que inculcarles la limpieza, el orden, la obediencia, el sacrificio, la lealtad, la servicialidad, la honradez, el saber renunciar, etcétera.
Acostumbrarlos a portarse bien en todas partes, a practicar el bien aunque sea penoso y a huir del mal aunque sea seductor, espontáneamente y por propia iniciativa aunque nadie le vigile ni castigue. De mayores será muy difícil que adquieran virtudes que no se les sembraron de pequeños.
Niños mimados o consentidos
Los hijos no se pueden tener mimados y consentidos. El niño mimado y consentido se hace caprichoso y poco sociable. Esto le va a traer problemas de aceptación entre sus compañeros en su edad escolar y le va a dificultar su madurez psicológica. Está comprobado que el niño que es bien aceptado por sus compañeros, por sus cualidades personales, tiene un gran porcentaje de probabilidades de una buena maduración psicológica en el futuro.
Los hijos, ni se pueden tener mimados y consentidos, ni tampoco castigarlos sin razón. El castigo es inevitable, pues es moralmente imposible que tus hijos no cometan alguna falta que lo requiera: “Sin castigo no hay educación posible”, dice uno de los más célebres pedagogos de nuestra época, F.W. Foerster.
Para que el castigo sea educativo y eficaz ha de ser siempre: oportuno, escogiendo el momento más propicio para imponerlo pasada la ira en unos y otros; justo, sin exceder los límites de lo razonable; prudente, sin dejarse llevar por la ira, y cariñoso en la forma, para que comprenda que se le impone por su bien.
El castigo corporal
El castigo corporal tiene sus dificultades. Puede engendrar terquedad, rencor, debilitamiento del sentimiento del honor. Los niños nerviosos no debieran ser castigados corporalmente pues se corre el peligro de aumentar su nerviosidad. En las niñas el castigo corporal debilita el sentimiento de su intocabilidad corporal, tan precioso para el recato de su vida futura. A veces puede ser más eficaz que un castigo corporal el ponerlo a comer solo en una mesita de cara a la pared, privarle de una habitual muestra de cariño, de un dulce que le gusta o del dinero que se le suele dar. Depende de edades y circunstancias.
El castigo
El castigo debe facilitar al niño el camino de la honradez, la obediencia, la aplicación, para hacer de él un hombre moral. El castigo más que para expiar la culpa cometida debe servir para la corrección. Para esto es necesario que el niño reconozca la falta y lo justo del castigo. El castigo tiene mucho más valor cuando el niño lo acepta voluntariamente o se lo impone él mismo. Después de aplicado el castigo se deben hacer las paces con el niño lo antes posible.
Hay que tener tacto para corregir con eficacia. Poco se logra con herir y humillar solamente. Hay que alentar. Despertar el sentimiento de la propia estima. Una corrección eficaz debe dejar siempre abierto un portillo a la esperanza de la propia superación. El dejarle hacer lo que él quiera, algún día lo interpretará como falta de interés por su bien. En cambio el contrariarle manifestando que se hace por amor e interés por él, terminará por ganarle el corazón. Decir: “Te quiero demasiado para permitirte eso”, o un trato cariñoso después de un castigo, restablece la armonía.
El amor debe estar por encima de las travesuras. Una madre después de castigar a un hijo le dijo: «No estoy furiosa contra ti, sino contra tu travesura». Y el hijo agradeció aquel castigo.
El premio
Si es importante saber manejar el castigo en orden a una buena educación, no lo es menos el saber utilizar el premio, por ejemplo, el elogio. La recompensa pedagógica puede revestir muchas formas: una mirada de aprobación, un gesto cariñoso, una palabra, la concesión de un permiso deseado, un regalo; pero, tampoco se pude ser excesivo en los premios y alabanzas, pues perderían eficacia y se correría el peligro de hacer al niño egoísta, obrando bien sólo con miras al premio y a la recompensa.
El estímulo es más eficaz que la represión. A veces ésta será inevitable, pero su eficacia será mayor si el hijo está acostumbrado a que se le reconozca la obra bien realizada y se le aplauda el esfuerzo realizado, aunque no siempre estos esfuerzos hayan sido coronados por el éxito. Todo el mundo queda agradecido a quien sinceramente le anima. Un elogio correcto, justo, oportuno, estimula y educa para el bien. Todo el arte de la pedagogía consiste en saber sonreír y en decir “No” a los hijos en el momento preciso y de la manera exacta.
Órdenes y obediencia
Antes de dar una orden, piensa si es conveniente. No mandes muchas cosas seguidas y, nunca, contradictorias. El padre y la madre deben estar siempre de acuerdo en cuanto a órdenes y castigos. Nunca deben contradecirse. Y las órdenes que sean claras, que el niño las entienda. Y bien descritas en sus detalles: plazo de tiempo en que debe realizarse, resultado que se pretende, etcétera. Por ejemplo: recoge el cuarto de baño después de ducharte. Aclarar que se entiende al terminar de ducharse, no a media noche, todo limpio, no basta recoger la ropa sucia.
No mandarles demasiadas cosas. Ni prohibirles tonterías. Ser transigentes en pequeñeces. En toda pedagogía familiar vale más ganar una batalla importante que cien escaramuzas sin importancia.
Hay que dejar a los hijos siempre un campo de autonomía. No olvidar que el niño necesita autoafirmarse.
Procura no mandar cosas demasiado difíciles; pero dada la orden, que sea ejecutada por encima de todo. Si el niño logra imponer su voluntad una vez, no lo olvidará y siempre intentará conseguirlo de nuevo. El niño debe saber que hay ocasiones en las que son inútiles los llantos y los gritos. Y tú, por tu parte, cumple también la recompensa o los castigos a que te hayas comprometido. Son desorientadores para los niños y fatales en la educación esos padres que mandan, amenazan y prometen muchas cosas; pero después nada de eso llega a la realidad, sin razón alguna. El castigo anunciado no debe suprimirse sin causa.
Hay que tener cuidado de que el castigo no corresponda a nuestro mal humor, sino a la gravedad de la falta y a la responsabilidad del niño. Reconocida la culpa por el niño, y aceptado el castigo, es muy pedagógico disminuir éste con la promesa de enmienda.