Tu celebración religiosa
Por desgracia, muchos se casan en la Iglesia sin preparar adecuadamente su celebración. Lo hacen por inercia, por costumbre o fijándose solamente en los aspectos exteriores…
Para evitar este escollo es preciso tomar las medidas pertinentes preparando la misa y comprendiendo a fondo el rito. Las siguientes reflexiones quieren ayudar a lograr este objetivo. Son cosas sencillas, prácticas, pero los ayudarán a hacer más profunda la participación.
Preparación de la misa
Preparen su misa de bodas con el sacerdote que los va a casar. Vean con él las muchas opciones que el misal ofrece (lecturas, oraciones, comunión bajo dos especies, etcétera), escojan y, luego, mediten los textos. Será una excelente preparación espiritual para que la ceremonia les sea más familiar y provechosa.
Tomar previsiones
Se trata de organizar y prever todas las cosas prácticas para evitar, en cuanto sea posible, las distracciones en el momento mismo de la boda. Hagan de su boda una experiencia espiritual profunda, que les quede, que les marque; sería una pena perder algo de esto por no prevenir ciertas situaciones que, luego, se convierten en distracciones.
Entre las cosas prácticas que conviene prever está el momento de firmar las actas. A veces esto se hace en los momentos menos oportunos (por ejemplo, justo después de comulgar o durante el ofertorio). Poniéndose de acuerdo con la sacristía de la iglesia donde se casan, tal vez puedan buscar un momento que no afecte el recogimiento debido.
Las fotos representan otro capítulo donde convendría un acuerdo previo para que los fotógrafos sean discretos y no convirtiesen la misa en un estudio fotográfico. Es importante quedarse con fotos hermosas, pero también es importante la vivencia de la Misa.
Los lectores
Conviene que las personas que vayan a hacer las lecturas las preparen bien. Es penoso cuando en medio de toda la elegancia de una boda la lectura de la Palabra de Dios se hace de forma balbuceante o se oyen cosas como aquello de «Lectura de la carta a los ebrios» (en vez de «Hebreos»). Basta dar una fotocopia del texto al lector para que lo practique.
El rito del matrimonio
Después de la homilía, el rito del matrimonio comienza generalmente con tres preguntas que los novios deben contestar con gran conciencia. No hay que ver esta parte como un mero trámite, sino hacerla como expresión madura de su entrega mutua. La Iglesia les hace estas preguntas para que proclamen públicamente los elementos fundamentales y necesarios de todo matrimonio: libertad, fidelidad, procreación.
Sus respuestas deben nacer del corazón, con toda la riqueza de la entrega mutua. Jurídicamente se les pide un mínimo; pero, internamente, se contesta al máximo. Por ejemplo, a la pregunta sobre la libertad, el mínimo es decir que no hay coacción o presión, pero los novios, en sus corazones, responderán que no solo vienen sin presiones sino que vienen con amor, que es la máxima expresión de la libertad.
A la pregunta sobre la fidelidad responderán pensando en aquella fidelidad máxima a la que hemos aludido antes y no sólo a la fidelidad mínima de «no salir con otra persona».
Finalmente, a la pregunta sobre los hijos responderán con la alegría de quienes ven en los hijos la corona y bendición de su amor conyugal. Son preguntas que buscan suscitar respuestas generosas, entusiastas.
Cabe mencionar que estas preguntas son importantes también bajo el aspecto de la validez del matrimonio. Si no hubiera libertad, es obvio que no habría verdadero matrimonio. Si no se tuviera la decisión de ser fiel para toda la vida a la persona con quien se casa también se atentaría contra la validez. La promesa de fidelidad es una respuesta directa a lo que Jesús nos enseña en el Evangelio cuando revela el designio original de Dios sobre el matrimonio: «De manera que ya no son dos sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió que no lo separe el hombre… Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 9,11). Finalmente, excluir de forma absoluta el derecho de tener familia sería contradecir una dimensión fundamental del pacto matrimonial.
El consentimiento
Respecto a las palabras del consentimiento quisiera limitarme a las siguientes observaciones. En primer lugar los novios sabrán que hay dos posibilidades de consentir: o diciendo ellos toda la fórmula o contestando un sí a una fórmula leída por el sacerdote como pregunta. Obviamente la primera manera es la mejor. La segunda manera sirve para personas muy nerviosas. En segundo lugar me gustaría recomendarles que aprendan de memoria las fórmulas del consentimiento y de la entrega de anillos y arras. No es que las tengan que pronunciar de memoria, pues el sacerdote les tendrá el libro en frente; pero cuanto más las sepan de memoria menos les traicionarán los nervios y las podrán decir con más sentido y disfrute. Son las palabras más importantes de toda su vida y bien vale la pena poderlas pronunciar con tranquilidad y emoción.
La eucaristía
La Iglesia ha querido realizar el sacramento del matrimonio dentro de la Misa. Esto no es por casualidad sino por querer subrayar la unión tan estrecha que existe entre estas dos realidades de la vida cristiana. Comulgar bajo las dos especies quiere expresar de forma más solemne la presencia de Cristo como alimento y la unión de los esposos con Él que es Esposo de la Iglesia por la que entregó su vida (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1621). En una de las oraciones después de la consagración (la epíclesis) se pide la gracia del Espíritu Santo como sello de la alianza de los esposos, fuente siempre generosa de su amor, fuerza con que se renovará siempre su fidelidad (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1624). Después del Padre Nuestro, se inserta también una oración especial pidiendo la bendición de Dios sobre los novios. Esta oración —puesta como parte de la preparación inmediata para la comunión— ha de ayudar a los novios a unir su matrimonio a Cristo y a recordar siempre que han nacido como pareja dentro de la Eucaristía. Después, cuando asisten a Misa, les invitaría a renovar sus votos matrimoniales en la comunión, convirtiendo así cada misa en una misa de bodas. Esto puede representar para ellos una fuente de energía y de gozo.