Qué dialecto hablas tú en el lenguaje del amor
Desde que somos pequeños aprendemos a medio comunicarnos a tontas y a locas. Nos explicamos a través de gruñidos mal ensamblados que luego perfeccionamos dándonos más o menos a entender. Lo curioso es, ¿en qué momento logramos comunicarnos eficazmente con otros?, ¿es acaso cuándo aprendemos a hablar fluidamente?, ¿cuándo nos volvemos doctos en el arte de la palabra? O, simple y sencillamente nunca terminamos de aprender y la vida es un continum de aprendizaje…
Comunicar no es lo mismo que hablar aunque pudiesen parecer términos iguales. Hablar es el acto comunicativo que radica en transmitir un mensaje de un emisor a un receptor por medio de determinado código que es compartido tratando de quitar la mayor cantidad de interferencia posible (ojalá fuera tan fácil); sin embargo, la comunicación real va mucho más allá de los esquemas ideales y teorías idílicas de la comunicación. Para seguir, una cosa tiene que quedar clara: hablar y comunicar no es lo mismo. Podemos darnos a entender cuando hablamos, pero aun así no nos estamos comunicando de una manera eficaz. Para lograr comunicarse hacen falta: sentimientos, empatía y, sí, hasta psicología que sale a borbotones por medio del cuerpo que muchas veces termina siendo más sabio que nuestro cerebro.
Si la comunicación entre pares, sean: colaboradores, amigos, compañeros de escuela, etc., es compleja, entre parejas y familia lo es el doble. La pregunta que subyace es, ¿por qué? Una posible respuesta, sería el pensar en la rancia y críptica explicación de que “cada cabeza es un mundo”; sin embargo, cavando más profundo nos damos cuenta de que los sentimientos, muchas veces (más de lo que quisiéramos), interfieren con lo que deseamos transmitir a la gente que queremos.
Con respecto a la mayor parte de personas que nos rodean, no tenemos una interacción prolongada o si quiera profunda; pero, con aquellos que amamos, sí. Y es quizá por ello que la comunicación se vuelve más compleja conduciéndonos muchas de las veces por la senda equivocada del exceso de confianza que decanta en la aspereza, cuando la comunicación debiese ser el doble de cautelosa. Y, entonces, ¿por qué no lo hacemos y permitimos que todo vaya tan mal?
Y la respuesta, contrario a lo que usted creería, no radica en el simple y llano “miedo” que todos sentimos a arruinar aún más las cosas (por si se pudiese), sino por qué en el fondo, quizás la mayoría, no sabemos ni cómo acercarnos, porque de entrada desconocemos qué hicimos o estamos haciendo mal, o tan mal, como para que la comunicación se vea sumamente distorsionada o cortada.
Sí usted lector, al igual que yo, habla, pero parece que no se da a entender y por más que intenta se ve al espejo como una especie de Ewok o Chewbacca salido de la saga de Star Wars (incluso ellos quizás puedan comunicarse mejor que nosotros), entonces quizás sea momento de comenzar a entender que la verdadera comunicación no descansa sólo en el melodioso sonido de las palabras, sino de los sentimientos y los pensamientos que se encuentran presentes en todo momento del mensaje.
Para comunicarnos una parte esencial es el cuerpo. Su sabiduría comunica alrededor del 80% o más de aquello que deseamos externar. El resto, según expertos, recae en el contenido del mensaje que usted desea transmitir; empero, esto no termina siendo tan simple. Quizás a este elaborado esquema le falte algo más, algo un poco emotivo y sustancial que a la mayoría se le olvida a la hora de teorizar: los sentimientos y los recuerdos.
Probablemente parte importante del mensaje que comúnmente se ha pasado por alto en los esquemas comunicativos son precisamente todas aquellas variables que no es posible medir, ni cuantificar tan exhaustivamente y que están ahí causando ruido siendo justamente a las que no les ponemos la debida atención y encasillamos sólo como ruido, cuando ciertamente son mucho más que eso.
El corazón más allá de ser un músculo del cuerpo que tiene la increíble tarea de mantenernos vivos, ha sido abstraído como la representación “corpórea” de los sentimientos. Sí, de aquellas emociones que nos revolotean estrangulándonos las ideas y que danzan incesantes por nuestra boca cuando decimos: “te amo”, pero que se esconden cuando estamos simple y sencillamente furiosos, o que por el contrario salen disparados como dardos envenenados cuando nos encontramos sumamente heridos. Los sentimientos juegan un papel fundamental dentro de la comunicación, tanto que salen por la boca y llegan hasta los oídos por medio del tono de voz, claro indicativo, si conocemos bien a la persona, de lo que le sucede y que ahora con la comunicación digital, por más veloz que sea, se ve mutilado en algunos medios.
La siguiente variante: las memorias activadas como patrones de conducta son otro elemento clave dentro de la comunicación que pasamos completamente por alto y que forma parte imprescindible del mensaje, pues forman parte de todo un lenguaje que pocos entienden al no conocer plenamente a su pareja y dónde justamente muchos fallamos.
Los lenguajes del amor
Dicen que, para amar a otro, primero uno debe conocerse y es cierto. Incluso en temas de comunicación uno debe conocer por medio de qué lenguaje le dice o intenta comunicarle a otro que le ama y cómo le gusta que le externen que lo aman; pero, ¿cómo saberlo y en qué radican estos lenguajes, o cómo se estructuran?
Según Gary Chapman en su libro Los 5 lenguajes del amor, las personas tenemos diferentes lenguajes (o dialectos) por medio de los cuales externamos amor a otros, que son:
– Palabras de afirmación.
– Tiempo de calidad.
– Actos de servicio.
– Regalos.
– Toque físico.
Cada uno de estos dialectos forman parte del lenguaje del amor y se encuentran anclados a patrones aprendidos y repetidos que pocas veces son identificados y que al desconocerse se asumen como cotidianos, aunque no lo sean, para la otra parte de la pareja cuya formación suele ser franca y completamente diferente de la nuestra. De ahí subyace parte del gran ruido que existe en nuestra comunicación en pareja.
¿Cómo hacer para comunicarse en bajo la misma línea?
Identificando el lenguaje personal con base en memorias, experiencias y patrones construidos, y preguntándole al otro sobre su vida con genuino interés.
Con ello llegamos a un punto nodal de la comunicación: para comunicarnos no es tan importante hablar, como escuchar, porque con ello logramos empatizar y entender para, con base en el amor, lograr por fin entablar un intercambio comunicativo efectivo. De tal modo, en este tipo de comunicación termina importando más cómo se transmite el contenido del mensaje que la sustancia del mismo. Por ejemplo: decir “te amo”, se resume en una frase, que tal como lo expresa la sabiduría popular son palabras que se lleva el viento; pero, sí ello se respalda con actos, el mensaje se ve reforzado y verificado para quien lo recibe.
De tal forma, decir “te amo” se soporta bajo un sustrato emocional cuando a pesar de lo ocupada que sea nuestra agenda, decidimos destinar un tiempo especial a quienes amamos mostrándoles así cuánto nos importan, aunque no se los comuniquemos con palabras (tiempo de calidad); o cuando hacemos algo por otro aunque no lo necesite, sólo por el simple hecho de demostrarle lo importante que es para nosotros (actos de servicio), o cuando otorgamos un obsequio, aunque sea pequeño sólo porque en ese momento realmente lo sentimos de corazón (regalos), o cuando tocamos genuinamente a nuestra pareja más allá del deseo corporal para expresarle lo mucho que sentimos (toque físico), o simple y sencillamente cuando intentamos comunicárselo por medio de palabras que reafirmen alguna de las múltiples cualidades que posee impulsándole a seguir con sus sueños (palabras de afirmación).
Ahora que sabes que la comunicación va más allá de las palabras, te invito a que la pongas en práctica analizando, con base en tu historia, cuál es el dialecto en el que has aprendido a comunicarte dentro del lenguaje del amor. Para identificarlo será necesario que distingas entre cómo expresas a otros amor (dar) y cómo has aprendido que otros te expresen amor a lo largo de la vida (recibir).
¡A ejercitar el lenguaje del amor! Y tú, ¿en qué dialecto hablas?
* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]