Ojos que no ven… corazoncitos que se rompen, los engaños en la relación de pareja

La infidelidad en México es un tema cultural que se aborda desde la calle donde la gente de a pie exclama frases como “total, mientras no le digas, ni se da cuenta, ojos que no ven, corazón que no siente”. Y con esa  desfachatez transitan sus vidas sin darse cuenta que el engaño se trasluce cual espejo que, aún queriéndolo esconder, evidencia el rayo más potente del sol.

 

En  México, el estereotipo del típico macho fue inmortalizado durante la época del Cine de Oro  con Pedro Infante como uno de sus máximos exponentes, marcando la figura de un simpático don Juan que decía: “¡Ay, mi alma!”, teniendo con ello la posibilidad de tener más de una novia y que siempre salía airoso de toda situación que le pudiese inculpar. Años después llegó Mauricio Garcés con su “las traigo muertas”, dando a entender que, sí como hombres más de una muere por ti, hay que aprovechar la situación al máximo y ser mil amores. Consecutivamente las telenovelas, que encarnan melodramas familiares, se encargaron de perpetuar la idea de que un hombre en este país no puede ser feliz con una sola mujer y que es facilísimo andar con más de una porque eso es ser muy macho, aparte de exitoso y feliz. ¿La pregunta es qué tan cierto es?

¡A develar el mito!

La generación de los millennials vimos caer en pedazos varios corazones rotos gracias a este estereotipo del típico macho que parecía pasar de generación en generación intocable, sin percatarse del gran dolor que causaba. Generaciones de mujeres, entre ellas abuelas, tías y madres sufrieron los engaños de más de uno que se vanagloriaba por tener varias mujeres sin ser descubierto o siendo lo suficientemente cínico para llegar a su casa con marcas de labial, oliendo a leña de otro hogar —como diría la canción de Mocedades, ‘Tómame o déjame’—, y con el puño en alto, listo para golpear por ser cuestionado ante los múltiples por qués.

 

A nivel biológico se dice que el ser humano sigue siendo un animal, cuya única diferencial en la que basa su grado evolutivo es la racionalidad; sin embargo, cabría preguntarse, ¿qué tan racional se es a la hora de mentir y engañar?

Dentro de esa racionalidad tan presumible existe también el grado de conciencia y emoción, es quizás está última en la que múltiples personas se escudan al momento de decir: “Perdón, me traicionó la piel” —como diría Paty Cantú en ‘Valiente’—, queriendo aludir a un instinto cuasi animal en el que, literalmente, van por lo que sea, en el momento que sea, con tal de satisfacer un impulso corporal; pero, ¿cuáles son las consecuencias de engañar?

 

En principio habría que saber que el engaño duele porque es la transgresión de un acuerdo establecido entre dos que, al ser difundido en un grupo, avergüenza al traicionado y envilece al que cometió dicho acto porque sale de una convencionalidad establecida. Hay más de una manera de vivirlo y experimentarlo, desde quien lo sufre, lo acepta, lo normaliza o se venga.

Sin embargo, habría que saber que, a nivel personal, quien “engaña” se engaña a sí mismo más que a quien cree engañar ya que el engaño recae en la persona que lo hace, puesto que, de principio, no sabe en realidad qué es lo que quiere ni a quién. Así, al no tener claros sus objetivos ni prioridades, se pierde en la inmensa masa de lo que otros le dicen que debe querer, hacer, pensar o incluso sentir, quitándose a sí mismo la oportunidad de decidir.

 

La imagen del macho mentiroso que engaña siendo exitoso y feliz es falsa, pues aunque ese sea el estereotipo ampliamente difundido, vivir una doble vida cansa, ¡y cansa mucho!, provocando un amplio desgaste que se vuelve evidente a nivel físico —diversas enfermedades— emocional e incluso económico. Siendo dentro de esta serie de factores, el tiempo el mayor delator, pues aunque abunden los pretextos, una cosa es segura: aún no se ha inventado el don de la ubicuidad.

Un abanico de posibilidades

Una cosa es segura, por más millennials y evolucionados que seamos a nivel tecnológico, hay cosas que a nivel espiritual, mental y emocional no hemos conseguido dejar y que cargamos cual lastres, algunas de ellas siguen siendo las mentiras y los engaños, no en vano múltiples canciones poperas basan su éxito en el desamor, la traición y el engaño.

Con el avance de la sociedad hacia diversas cuestiones como el feminismo, la equidad de género, la protección al medio ambiente, la movilidad, el respeto a la vida animal, etc., algunas cosas han cambiado, otras siguen exactamente igual. En la arena amorosa mucho se ha ganado hacia la construcción de relaciones cada vez más conscientes, estables y parejas, pero, ¿y los que no?

Aún en pleno siglo XXI los seres humanos no hemos logrado alcanzar un grado de conciencia pleno que nos permita entender que una pareja no es un objeto, sino un compañero de vida, muchas veces un maestro y un espejo de quién somos, que nos permite ir creciendo y evolucionando y que es sólo de su mano de la que podemos llegar alcanzar nuestros objetivos y el cumplimiento de nuestro destino. Aún ahora la moda sigue marcando que la traición y el engaño están a la orden del día de múltiples formas. Aquí algunas.

 

El engaño tradicional

Es aquel en el que uno de los dos miembros de la pareja es infiel, donde le miente al otro mientras sostiene otra relación o relaciones sin decirlo abiertamente. En este tipo de situación es preciso saber que no es sólo carne lo que se involucra, sino espíritu y esencia teniendo con ello fuertes repercusiones a nivel físico —posibles enfermedades de trasmisión sexual—, emocional —vivencias traumáticas— y espiritual —sobrecarga del karma—.

Las relaciones abiertas

Del tipo somos felices los cuatro —como diría la canción de Maluma—, donde la pareja consiente tener más de una pareja y creen ser adultos y “abiertos” cuando en realidad son inmaduros e irresponsables, y donde es más fácil compartir al otro a enfrentar que esa relación no funciona y que les atormenta. Escudo de la modernidad donde el problema central es el rechazo.

La experiencia swinger

Cuando la pareja se niega a aceptar que la relación dejó de evocar la emoción, que su pareja no les atrae más y que consiente compartirse mutuamente con otras parejas que siente y piensa lo mismo que ellos (que están en la misma sintonía), para darle un giro “fresco” a la relación. Otra trampa de la modernidad que bajo la faz de apertura, consiente un intercambio con más de una pareja  para tratar de salvar algo que ya hace mucho dejó de servir, pero que gracias a la codependencia tratan de evitar a como dé lugar una ruptura.

El poliamor

Otra práctica en la que la “apertura” hace su aparición al decir que es posible involucrarse con más de una persona sin salir herido y que todo está bajo control. El engaño de amar a más de uno cuando ese uno ni siquiera se ama a sí mismo como para respetarse lo suficiente y saber qué o a quién ama en realidad.

Ya sea abierto y consentido o velado el engaño sigue teniendo costes muy elevados para la salud mental, la estabilidad de las personas y para la construcción de las sociedades, ¿por qué no mejor luchar por una alternativa más saludable?

 

Una pareja que sea pareja, ¡por favor!

En este mundo existen muchas formas de sentir, pensar y vivir. Todas ellas sumamente respetables; pero, una vez que se comparte la vida con otra persona, uno deja de pensar sólo en uno y comienza a pensar en dos, siendo el punto central, no el individuo en sí mismo, sino esa construcción llamada pareja en donde dos individualidades se unen para formar un universo de lo diverso y enriquecerse mutuamente.

A nivel espiritual, tener una pareja implica más allá de tener una persona como eventual compañía, es tener un verdadero compañero en el camino de la vida que, por más diferente que sea en algunos puntos, debe ser afín, puesto que es un complemento de vida, un contrapeso y un equilibrio.

 

Muchas veces suele decirse también que nuestra pareja es nuestro espejo, ya sea de lo bueno o malo que poseemos, y que en él vemos lo que somos; sin embargo, también debe tomarse en cuenta que esa pareja establece su vínculo de algo que comparte, un lazo muy especial que los une, tanto que existe en diversos lugares del mundo leyendas acerca de uniones predestinadas como el hilo rojo en Japón y China, el nahual en México y el alma gemela en algunas partes de Europa.

Concibiendo una pareja así, como un compañero, espejo, contrapeso del equilibrio o maestro, cabría preguntarse si siquiera podría plantearse el engaño, el lastimar a alguien tan amado y preciado, alguien a quién no puede poseerse porque, de entrada, no nos pertenece pues es su voluntad la única que nos favorece al decidir compartir por un tiempo/espacio esta vida.

 

Ante este panorama, una cosa es cierta por más evolucionados que seamos: aún nos falta avanzar en lo emocional para dejar de pensar en las personas como objetos, como pertenencias que pueden ser guardadas en pequeñas casitas que decidimos llamar hogares hasta que decidamos sacarlas a ventilar de una a una mientras nos engañamos infinitamente. Vivimos en una sociedad vacía, líquida, efímera de sensaciones y experiencias en las que crecer, responsabilizarse y enfrentar duele, a tal grado que preferimos el engaño, el simular que realmente somos felices cuando sabemos de antemano que todo tiene una fecha de caducidad, incluso las relaciones, que cuando la codependencia aparece, las relaciones que agonizan y que nos negamos a soltar porque, en el fondo, deseamos seguir sufriendo y castigarnos a enfrentar que algo terminó y que es necesario soltar y seguir, que aunque el cambio asuste es mejor que quedarse atascado hundiéndose en arenas movedizas que cada vez atascan más nuestras vidas, decisiones y destinos.

Así que, ya sabes, sí sientes que estás en una relación donde las mentiras y el engaño abundan, por favor, no creas que eso es lo natural o que, total, a todas les pasa. ¡Sal de ahí! Sé valiente, por más que duela, enfrenta que ya terminó. ¡Jamás normalices el que te lastimen y te falten al respeto!

 

Lucha, enfrenta, responsabilízate de tu corazón, cuídalo como si fuera un tesoro y si te percatas de que en las manos que lo dejaste no es tratado como merece, entonces retíralo y guárdalo para alguien mil veces mejor.

 

* Mireille Yareth es comunicóloga e historiadora, contáctala en [email protected]

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