La explotación laboral de los millennials y el impacto en su vida amorosa
Típico te dicen que sales a una hora y casi nunca es cierto. Al ritmo de “I Love it”, de Icona Pop, se te pasan las horas, el trabajo se acumula, literalmente corres de oficina en oficina gracias a la juntitis aguda generada con colaboradores o clientes. Entre tanto, los correos en tu bandeja de entrada suben como espuma sin parar. El tiempo se te escurre entre las teclas. El sol sella su pase de salida, al tiempo que vez a la luna ingresar por tu ventana. A hurtadillas y como no queriendo, volteas de reojo a ver el reloj de la computadora, sigues en tu escritorio, son las 9:00 pm. La presión te rebasa y no es que tengas pendientes que entregar, es que en el tiempo de la inmediatez todo urge para ayer, ¿te suena?
Aunque lo peor no es todo eso, lo feo llega cuando piensas que justo a las 10:00 de la noche, del otro lado de la ciudad, habías quedado con amigos y novio para celebrar un cumpleaños. Miras la pantalla, luego recorres la vista a través de los cristales de tu oficina, divisas la calle… pero tú ya lo sabes… ¡ni de chiste llegarás! No hay de otra, a cancelar de nuevo. Todo sea por sobrevivir en esta jungla de asfalto.
¡Ni te sientas culpable y ni te sorprendas! Te apuesto que más de la mitad de los millennials en edad laboral, entre los 25 y 35 años de edad, hacen lo mismo. Lo cierto es que también un gran porcentaje de ellos acabarán “exitosamente” solos. Y digo “exitosamente” porque lograrán llegar a la cima de lo que buscan, pero con una gran soledad como compañera. Es momento de poner un alto y reflexionar, ¿hasta qué punto es trabajo?. Hay que empezar a equilibrar nuestra vida, ¡manos a la obra!
Vamos a entendernos
Si te ubicas dentro del rango de edad mencionado, seguro sabes trabajar, la presión que ello conlleva, el grado de responsabilidad; pero, también sabes que la excesiva sobredemanda y carga laboral te dejan poco tiempo para una vida en familia o un noviazgo pleno.
La vida ha dejado de ser como antaño. La esclavitud del pico y la pala nos ha rebasado. La realidad virtual más que ser una entretenida historia futurista narrada al más aventurado estilo de Steven Spielberg en Ready Player One (Ernest Cline, 2011), se ha convertido en una realidad en la que, literal, quien no se adapta se condena al ostracismo social.
Ante esta realidad pocas alternativas nos deja el trabajo en exceso para una vida más humana. Con más de 12 horas de trabajo y uno que otro “ocasional” fin de semana atiborrado de letras y papeles por doquier, a casi nadie le dan ganas de nada más que dormir y abstraerse de una realidad indómita y surreal apenas creíble en las obras de Leonora Carrington o Remedios Varo. La pregunta es clara, ¿cómo lograr mantener una relación medianamente sana ante este ajetreado trajín?
Ninguna solución es fácil, ni agradable. Y aunque la mentalidad binaria pareciera apuntar sólo a los extremos de la vida donde una alternativa te dibuja solitario en la cima del éxito y la otra te deja acompañado en un lugar de en medio, lo cierto es que hay más de una alternativa. Hay una gama completa de ellas. En los matices —como los llaman— es donde podríamos, quizás, encontrar la clave para ser verdaderamente felices.
Sin embargo, antes de seguir leyendo, es necesario que te preguntes, justa y certeramente, ¿qué quieres tú de la vida?, es decir ¿qué es lo realmente importante para ti, cuáles son tus prioridades?, ¿qué estás dispuesto a hacer para llegar a ellas?
El ritmo de vida actual tiene muchas tramas, entre sus animadas escenas costumbristas de lo que la gente debería de querer y en la que muchos quedan atrapados —cual telaraña— sólo para descubrir en la crisis de los 40 o 50, que lo que les vendieron como éxito, fama, riqueza, reconocimiento, etcétera, no era realmente lo que querían. Las generaciones anteriores, en México, nos han señalado escabroso caminos que es mejor no recorrer, es quizás por ello que nuestra generación —la de los millennials— y la que nos sigue —los centennials—, damos prioridad a lo que realmente anhelamos: nuestro tiempo, espacios de trabajo más dinámicos: oficinas, modus online o desde casa, sociabilidades más freindly y menos acartonadas, el uso de nuestras amadas redes y, sobre todo, poder compartir lo que nos hace felices para evitar, a como dé lugar, a los tan consabidos hombres grises de los que habla Michael Ende en Momo.
A pesar de que en nuestras generaciones todo pareciera ir viento en popa, lo cierto es que también las exigencias se han sumado al mundo on-line, de tal modo que la mayor parte de las acciones que realizamos se vuelven más presentes en la red que en la realidad y nuestras barreras entre el trabajo y la casa se desdibujan manteniéndonos vulnerables, convirtiéndose así de una ventana, a una linda una mazmorra digital. ¿Ante este panorama lleno de correos y bites qué nos queda?, ¿conformarnos con relaciones cada vez más mediadas por las aplicaciones y la virtualidad?, ¿unirnos para ser una ilusión óptica sin presencia física viviendo sólo entre letras e imágenes efímeras?
Lo cierto es que las relaciones de pareja, por más aplicaciones que existan, necesitan una dosis de realidad. Aunque son muchos los avances tecnológicos que nos hacen sentirnos cada vez menos solos, quizás lo realmente importante sería descubrir que la soledad no es tan mala y que incluso en ella puede aprenderse. ¿Cómo en realidad somos?, ¿qué es lo que queremos?, ¿cómo queremos que nuestras relaciones sean?, ¿qué acciones debemos realizar para que funcionen? Más allá de la ilusión de un mundo que pinta odiseas inalcanzables.
Presencia, tiempo de calidad, atención e interés y, quizá, sólo una dosis pequeña de virtualidad, pudieran ser algunos pasos para sobrevivir entre las exigencias del esclavismo virtual new age y mantener una relación sana. Ante este panorama, “tiempo es amor”, es decir, no existe tiempo para vivir la vida romántica de fantasía y la real, sino sólo para estar presente el tiempo que tengas y disfrutarlo cada día, cada segundo, haciéndole sentir a esa persona que amas que lo vale todo. Disfrutando a cada momento, a mordidas, de una vida sin dejar que se escurra, jugándola entre tus brazos, acunándola en tu corazón, atesorándola de la mano de quien te acompaña en este camino mientras vas dejando huellas al pasar. Finalmente, priorizar y tener en mente que el trabajo es sólo una parte de nuestra vida, no nuestra vida en sí, ayudará bastante, ya lo veras.
La única persona que tiene la batuta de tu vida eres tú. Y, aunque en algún momento pudiese parecer que todo da un terrible miedo ante lo inesperado, siempre es mejor retar a la comodidad y aventarte, de la mano de quien amas, a descubrir nuevas rutas, realidades que te brinden un mejor mañana y posible futuro, y nunca conformarte con una realidad viciada y solo sobrellevable por el miedo o la inercia de las zonas de confort.
Así que, ya sabes, nunca te dejes abrumar por la carga laboral. Si tu realidad se dibuja cada vez menos satisfactoria, ¡cámbiala! No te quedes ahí parado esperando que algo pase, ¡se tú el factor de cambio! Porque toda gran transformación empieza por uno mismo. Vive una vida que merezca la pena ser vivida, contada, compartida. Mira a tu alrededor y si descubres que ese no es tu sueño, tu camino o tu destino, por más difícil que sea, enmienda el camino y sal de ahí. Establece límites, defiende tu trabajo y persona. Nunca dejes que te exploten mediante el chantaje. Habla cada situación con tu pareja y enfréntenlo juntos. Las pruebas del amor son muchas. Recuerda que el amor es sólo para valientes. No claudiques, sé fuerte, valiente y esfuérzate. Nunca dejes de luchar por aquello que amas, tus sueños, y por aquellos que hacen posible que ese camino sea cada vez más hermoso, las personas que amas.
* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]