La ansiedad, una tortura en tu relación de pareja

¿Te ha pasado que llega la hora de ver a tu amor y no aparece? O, peor aún, cuando es un día especial y él ni sus luces. En la relación de pareja no hace falta mucho para que nuestra cabeza empiece a torturarnos con mil y un pensamientos sobre qué le pudo haber sucedido… Es en ese justo momento cuando las estructuras mentales que comenzamos a construir se vuelven maravillosamente tortuosas y pueden ir desde la preocupación básica hasta el dramatismo puro de pensar que está con otra o con otro.

 

En este mundo tan complejo, acelerado e hiperconectado hay un asunto nodal que ante nuestros aceleres mentales queda de lado: la privacidad, ese espacio donde podemos darnos el lujo de ser nosotros mismos y de no estar conectados todo el tiempo, donde a veces sólo estamos para pensar, meditar, contemplar nuestra vida y, si es preciso, tomar acción sobre determinados temas. La privacidad se vuelve presea de batalla, un oasis, un respiro que no muchas veces —seamos honestos— estamos dispuestos a compartir porque es justo nuestro tiempo y espacio, ámbitos que las redes han monopolizado en los últimos años dejándonos con un montón de tuits, ruidos y confusión en donde ni siquiera somos capaces de escuchar qué tiene que decir al respecto nuestro interior, así que, ¡para ya!

Volver al equilibrio ante este panorama tan demandante se vuelve tan difícil como hacer peripecias con platos sobre la cabeza y las manos mientras circulas en un monociclo, es decir nos exige demasiado.

 

La ansiedad dentro del proceso del enamoramiento, pese a lo raro que pudiese parecer, es medianamente normal ya que es parte de un intrincado proceso donde el organismo desprende sustancias que logran acelerar procesos biológicos, entre otras cosas; sin embargo, pese a que es parte del enamoramiento, éste se puede salir de control si no tomamos cartas en el asunto llevándonos a extremos poco sanos.

Hay que tener claro que una cosa es sentir una ansiedad leve y, otra, son las crisis y trastornos por ansiedad, los cuales pueden comprometer seriamente nuestra salud mental e incluso física.

 

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ansiedad es un trastorno que afecta a más de 260 millones de personas en el mundo y que puede llegar a producir afectaciones en su trabajo y vida cotidiana. La ansiedad puede ir en aumento dependiendo las situaciones que las personas estén experimentando y los diversos contextos en los que se encuentren. Cuando ésta se vuelve recurrente y la vida se ve afectada en múltiples esferas, entonces es posible hablar de un trastorno que es necesario y urgente atender.

Subiendo el volumen

Nuestro organismo es una perfecta e impresionante maquinaria que trabaja al 100 por ciento en la mayoría de los casos y que siempre se encuentra dispuesta a enfrentar y resolver las situaciones que se nos van presentando. En el caso del enamoramiento, la ansiedad leve es parte del inicio, de las ganas de ver a esa persona especial, de sentir esas mariposas que revolotean por todo tu interior como en un frasco y que van encendiendo muchísimas emociones a su paso. Y hasta ahí es bonito.

 

Sin embargo, cuando esa ansiedad se empieza a transformar por el miedo a perder a esa persona especial, ya sea tu novio, pareja, etcétera, es cuando hay que empezar a tomar cartas en el asunto porque entonces la ansiedad ya no es normal. Estar preocupado, tenso o estresado en una relación de pareja no está bien. Una relación sana implica jugar a cartas abiertas a pesar de saber que puedes perder y salir lastimada o lastimado, ya que ello es parte del juego; pero, los juegos donde uno tiene el control y se divierte moviendo los hilos del corazón del otro a costa de tretas y juegos, no son sanos.

Y, ¿qué es la ansiedad? La ansiedad es una respuesta que el organismo genera ante una situación anormal, es decir a la que no estamos acostumbrados y que nos prepara —como mecanismo de defensa— para afrontarla y salir avante. Al hacer uso excesivo de esta respuesta natural del cuerpo y al vivir en un entorno de constante estrés y miedo, eso condiciona al cuerpo y lo va enfermando al estar todo el tiempo en un estado permanente de alerta provocando con ello crisis —donde va en aumento el padecimiento— o trastornos —al volverse algo permanente.

 

¿Cómo salir de este agujero?

La palabra mágica es: pidiendo ayuda. A nivel básico el hablar de las cosas que suceden con familiares y amigos puede contribuir a esclarecer el panorama de algo que sucede; sin embargo, cuando el estado de estrés es permanente y la ansiedad empieza a volverse “normal” —que nunca lo es, hay que darse cuenta de que es anormal— y empieza a generar estragos serios en la vida cotidiana, es entonces cuando hay que detectarlo y pedir ayuda especializada. Dependiendo el caso puede ser visitar a un terapeuta, un psicólogo o un psiquiatra para que como especialistas de la salud mental puedan diagnosticar y coadyuvar en el tratamiento para mejorar la calidad de vida.

En una relación sana cuando el trastorno no ha llegado a cobrar dimensiones altamente peligrosas, es sano ponerle un freno reduciéndola al mínimo con dos cuestiones básicas:

 

1.- Retomando las palabras de Walter Riso: “Pensar en lo que estás pensando”. Haz un alto a las historias maravillosas que están generándose en tu cabeza y a las miles de telarañas infundadas.

2.- Tener una vida que valga la pena ser vivida y contada, es decir, ser feliz uno mismo, sin caer en el extremo del narcisismo ni del capricho.

Dile adiós a la ansiedad y hola a una vida sana. Recuerda que el estrés es normal solo hasta cierto punto y que solo si tú estás bien puedes invitar a alguien más a tu vida para acompañarse en el camino.

 

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

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