Imán de patanes, ¿yo?
Si tú, como yo, te has descubierto en más de una ocasión saliendo con uno de esos tipos y regresando a casa con cara de hastío, mano al frente para evitar preguntas tipo “y, ¿cómo te fue?”, y una tremenda decepción, tranquila, no es culpa de ellos, sino responsabilidad nuestra pues, aunque no lo creas, las que los elegimos de manera inconsciente —o increíblemente consciente— somos nosotras.
Elegir a un patán en lugar del chico correcto no es un error, sino un aprendizaje doloroso que te indica qué minas no debes pisar en el futuro. Si eres de las que piensan, “¿pero, qué rayos estoy haciendo mal?, ¿por qué atraigo siempre a estos hombres? Pareciera que elijo a uno tras de otro, o que corté la hoja en blanco y salieron todos en serie, ¿puedo hacer algo para evitarlos?”. Claro que se puede. ¡Manos a la obra! Enfrentemos el problema.
Evitar a los patanes y huir de ellos nunca es una solución, ya que seguirán llegando como un enjambre de mosquitos en laguna; lo mejor es analizar qué va mal contigo desde la raíz para que, una vez que logres entenderlo, puedas trabajarlo y lo vayas superando paulatinamente.
Primero, lo primero: ¿cómo elegimos?
La forma en la que optamos por salir con un chico, a pesar de lo fácil que pudiese parecer en estos tiempos, nunca lo es, en realidad interviene una serie de factores muy amplios que van desde lo psicológico, histórico y cultural hasta lo identitario. Siempre hay un gusto de fondo —ya sea físico, ideológico, emocional, biológico, etcétera— aunque no siempre lo hagamos de manera consciente. La mina está sembrada. Ahora, por favor, solo evita pisarla.
El primer punto es analizar la situación. ¿Por qué decides salir con alguien que te trata mal, no regresa tus llamadas o te ignora, habiendo tantos chicos? En el mar hay muchos peces. Si él lo vale, no te hará sufrir, ni tú a él. Recuerda que lo que desde un inicio mal empieza, mal termina; no hay vuelta de hoja. Así que, si desde un principio se comporta, es educado contigo, paciente, amable, generoso, entonces, ¡bingo! Vamos por buen camino, podemos seguir; sin embargo ¿qué pasa cuando de repente cambian súbitamente y ni siquiera lo viste venir?
Vive con Andresito un mes y verás cómo es
¿Te ha pasado que al inicio era un terrón de azúcar que se derretía en tu boca y después se convirtió en hiel de toro que deseabas escupir? La gente no cambia, a menos que algo rudo le suceda. ¿Qué sucedió? Por lo regular muchos, y muchas, sólo fingen para poder obtener lo que desean y después se muestran tal cual son, perdiendo todo su glamur —si algún día lo tuvieron— y efímero encanto. El truco consiste en ver las pequeñas señales que son muestra de los grandes errores y que nunca pueden ocultarse por mucho tiempo; aquel bribón está acostumbrado a mentir en algún punto caerá bajo sus propias tretas. Así que, abre bien los ojos y cuidado, sí es demasiado bueno, quizás sólo sea un espejismo.
¿Cómo saber sí miente? Desafortunadamente no tenemos un detector de mentiras de bolsillo ni podemos evitar el síndrome del corazón roto; sin embargo, lo que sí podemos hacer es observar y reflexionar, ¿cómo se comporta en su día a día?, ¿cómo es él consigo mismo y con la gente que le rodea?, ¿cuál es su historia? Difícilmente alguien que se trata mal o es agresivo consigo mismo será de otra forma con otros. Cada quien refleja lo que es por dentro y lo que lleva consigo. Por favor evita ser o hacerte la “heroína”, nadie puede salvar a quien es víctima de sí mismo.
Cadenas que vale la pena cortar
¿Cuantas veces vemos repetida la historia? Cadenas que pasan de madres a hijas. Historias idénticas de lealtades familiares donde se cometen los mismos errores y donde la costumbre es el dolor, la traición y la construcción de una sociedad dañada que cae a pedazos. A esta imitación de errores se les llama patrones psicológicos y a veces son tan nocivos y dañinos que hace falta terapia para superarlos. En México la cultura de asistir al psicólogo es poco frecuente, ya que la gente lo considera un tabú y no lo que en realidad es: un servició medico más.
Este factor tiene que ver con una triada de variables más: la historia, la cultura y la identidad. Empecemos por esta última, la de una identidad macha que nos cala hasta los huesos a hombres y a mujeres y que nos daña y nos va matando lentamente como veneno que fluye por la sangre hasta albergarse en el corazón y llenarnos de enfermedades que nos consumen poco a poco como una vela, gracias al rencor, el dolor y la ira.
Esa identidad, afianzada y difundida a través de múltiples medios, se cimienta con el tiempo y se vuelve historia al ser heredable, al pasar de una generación a otra de maltrato; se vuelve una cultura nefasta y, a veces, tradición que hiere en lo más hondo. Nadie nace siendo patán, se forman culturalmente, lo peor es que nunca lo hacen de manera consciente, por lo que siempre le echan la culpa a alguien más al más puro estilo “yo no fui, fue Teté”.
Sin embargo, no todo es malo, ya que, si bien no existe un ‘Raid Mata Patanes’ tamaño natural, si existe un remedio infalible: trabajar en ti misma, conocerte y fortalecer tu autoestima día con día.
Regla básica de oro
Un patán jamás se acerca a una mujer triunfadora porque verá en ella una competencia y nunca una aliada, ni qué decir de una compañera. Estos sujetos tienen mente de Cro-magnon. Los patanes están acostumbrados a que les sirvan, nunca a servir. Las relaciones de poder son su fuerte, pues están acostumbrados a “mandar” a través del instinto, a imponer relaciones verticales. Paradójicamente, su peor castigo es nunca encontrar el verdadero amor y construir relaciones basadas en el miedo o interés, ya que el amor es un tesoro solo resguardado para aquellos que se atreven a vencerse a sí mismos, a derrotarse catapultando su ego y a emerger de las cenizas siendo humildes y construyendo relaciones de iguales con quienes desean compartir un mismo mundo.
Así que, la próxima vez que veas un patán siente pena por él y pasa de largo. Y si te da su tarjeta, hazte un favor y rómpela en mil pedazos depositándola en un bonito cesto de basura. ¡Ni uno más, querida! Ni patanes, ni don juanes que esos son unos truanes…
* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]