Kilitos
Es común que, si te descuidas, tu marido ande de ‘ojo
alegre’ a diestra y siniestra’ si lo que tiene en su casa está cada vez más y
más “bizcochito”… —decía mi amiga Macame mientras se servía un poco de
granola en sus tres pedazos de papaya con yogurt light.
Sin tomar nada que no fuera saludable y nutritivo,
Macame me esperaba con paciencia, mientras yo sí me servía un poco de chilaquiles
con frijoles del delicioso buffet al que Marijós nos había invitado para el shower de su cuñada. Ya a su lado y camino a la mesa,
continúo diciendo:
—Mira, no porque ya tengas mil años de casada te vas
a descuidar y dejar de conservarte igual que como te conocieron; es como parte
de quererlo y de seguirte queriendo ¿no? Yo sé que el cuerpo nos cambia con los
hijos y esas cosas, pero también se necesita voluntad para seguir igual que
antes.
Al momento de llegar a la mesa, mis chilaquiles ya no
parecían tan apetitosos como al principio, como que el tema que Macame estaba
tocando no era el son más bailable en un desayuno de mujeres que nada más
estamos esperando el pretexto para romper la dieta y platicar con las amigas.
Sin embargo, a ella no pareció importarle que hubiera
más de una modelo exclusiva de Botero en la mesa, así que siguió con el tema
como si estuviera contratada para hablarnos de eso con toda la sabiduría que le
daban sus 20 años de matrimonio y, claro, el hecho de estar súper cuero a su
edad.
—Es normal que todas le entremos a la comida con
singular alegría, pero hay que cuidarse ¿no?
Al lanzar la pregunta y dejarla en el aire, nosotras
que medio nos cuidamos, nos quedamos con el bocado en la boca meditando un poco
en lo que acababa de decir esa mujer que parecía hermana de su hija mayor.
Las que no parecían muy de acuerdo con la plática de
mi amiga eran las modelos de Botero, como que la plática no iba muy ad hoc con
la canasta de pan dulce que tenían frente a ellas.
Licha, una de ellas, dejando el tenedor de lado y un
poco ofendida, comentó:
—Es cierto que hay que cuidarse para estar siempre
bella para el marido; pero a veces, no es posible con tantos y tantos
compromisos. A mí, por lo menos, me es im-po -si-ble, ponerme a dieta.
Cada que empiezo una dieta, mi marido lleva a la casa
el pastel de chocolate que tanto le gusta y pues es poco menos que imposible
decirle que no. Así que ya ni la lucha le hago.
Macame levantó las cejas con una mueca que demostraba
no estar de acuerdo con Licha, como que su argumento no le resultaba muy válido
que digamos. Y sin querer entrar en polémica ni tampoco hacer sentir mal a
nadie, sutilmente dijo:
—Sí, tienes razón. A veces es demasiado difícil y más
cuando el marido es muy “antojadizo”; pero te soy honesta, para mí no hay mayor
placer que mi esposo siempre esté orgulloso de mi aspecto y sea algo que
presuma ante sus amigos.
Ese tipo de detalles que tiene él conmigo hacen que
me salgan las fuerzas de no sé donde para que pueda portarme bien con la dieta
casi toda la semana y, bueno, también para hacerme un huequito en mis horarios
para irme al gym.
Licha como que sintió que le daban en el orgullo y
haciendo a un lado la canasta de pan dijo
—Pues yo, aunque quiera, ahorita no puedo. Entre el
negocio de la familia, las rondas y mi casa, me es imposible hacer ejercicio.
Además, me quedé con un buen de kilos después de que
nació Lalita, y el doctor me dijo que mientras estuviera amamantando no podía
hacer nada de dietas ni esas cosas porque podían bajarle las defensas a la
nena…
En fracción de segundos me llegó la imagen de Lalita
a la cabeza: ya tenía más de tres años y claro que había dejado la leche hace
dos; pero, previniendo la coalición verbal de mis dos amigas, entré a la
conversa casi sin saber bien a bien que decir, pero más vale prevenir ¿no?
—Es cierto —dije yo—, a veces se puede y a veces no.
Yo por el momento traigo la voluntad perdida y por más intentos que hago, de
plano no puedo hacer la dieta: empiezo muy bien y luego se me cruza una cosa y
luego la otra.
Y como ya entendí que de plano, por el momento me
resulta dificilísimo hacer una dieta, mejor recurrí al gym; ahí por lo menos me
hago a la idea de que lo que me comí ayer lo estoy sudando hoy y así me la
llevo hasta que pueda encontrar la voluntad perdida.
En ese momento llegó la cuñada de Marijós a darnos
las gracias por acompañarla en ese momento tan importante para ella. Todas nos
comportamos como si nada estuviera pasando y, aunque se sentó a tomarse su té
junto con nosotras, todas seguimos medio picando del plato y dejando de lado el
delicioso pan dulce.
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