La mujer en la sociedad medieval
familia, cuenta además con la capacidad de desempeñar la actividad o profesión
que ella elija: políticas, economistas, astronautas, Premio Nobel, arquitectas,
abogadas, generalas, etcétera. Pero, sabías qué no siempre la mujer contó con
la libertad de seleccionar a qué dedicarse.
humanidad, las féminas fueron considerada como objeto que podía venderse,
comprarse o cambiarse. El padre, el hermano o el marido se consideraban sus
dueños e, incluso, si llegaban a matarlas no había pena que perseguir.
En la Edad Media
el destino de las mujeres no había cambiado para bien. Y, precisamente, a
finales de la época las imágenes de la Virgen alcanzaron enorme difusión.
Representaciones de la Madre por excelencia recordaban la importancia de la
maternidad para la posición que las doncellas ocupaban en la sociedad.
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Honrar a los
suegros, amar al marido y gobernar a la familia eran las actividades que
desempeñaban las señoras de esta sociedad; lo fundamental consistía en asegurar
al mundo la llegada de la prole. Para el pensamiento cristiano medieval la
prole es una necesidad que depende de la unión en el matrimonio, en resumen, la
mujer tenía el deber de ser prolífica.
A partir del
siglo XIII, los clérigos no ven en la esterilidad un motivo para la anulación
del matrimonio; sin embargo, continua existiendo una fuerte presión social para
que el esposo repudie a la consorte que no es capaz de darle descendencia.
Para satisfacer el deseo de tener hijos
era necesario contar con la ayuda de Dios. La bendición del tálamo nupcial desde
la primera noche era imprescindible; sin embargo, la fecundación podía
retardarse, los médicos daban justificaciones fisiológicas, mientras que las
doncellas lo estimaban como castigo divino. Prueba superada con la penitencia,
ayuno y rezos. Dirigidos habitualmente a la Virgen. Otro tipo de prácticas
llevadas a cabo consistían en llevar ofrendas a determinadas fuentes, que
manaban por la intervención de una Santa.
Métodos tradicionales
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Las mujeres invocaban las fuerzas de la naturaleza
para que éstas despertaran en su interior, por medio de numerosos gestos
ligados al agua: agua en la que se bañaban, bebían o, simplemente, rendían
homenaje. Había también árboles que debían tocar o piedras con las que se
frotaban o incluso sobre las que se acostaban.
Entre los alimentos de consumo aconsejable
estaban los frutos ligados a la fecundidad: higos, granadas, legumbres como las
habas o garbanzos y las hierbas, tanto aquellas que se empleaban para preparar
baños o infusiones como las que se aplicaban directamente, su finalidad
consistía en asegurar la fecundidad de la madre.
La vida de una
madre de familia transcurría entre el embarazo, la crianza y la sepultura de
los hijos muertos prematuramente. En el acto de dar a luz la progenitora
asumía el primero de los papeles
que le estaban encomendados
Momento de dar a luz
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Los gestos, el conocimiento y los rituales relativos
al nacimiento, eran terreno exclusivoo de las mujeres. A los hombres no se les
permitía acceder a la habitación donde tenía lugar el acontecimiento.
Hasta el siglo
XVIIII, el alumbramiento era inconcebible sin una partera o comadrona: mujer de
gran experiencia heredera de los secretos y de las prácticas de sus
predecesoras e instructoras de sus sucesoras.
Inmediatamente después del nacimiento del
niño, parientas y vecinas asumían el control de la situación encargándose de
todos aquellos gestos y rituales que señalaban el final del parto. Lavar a la
recién parida, colocarle un camisón blanco y llevarla a su cama. Cada uno de
estos gestos simbolizaba la purificación de la mujer.
El parto que
llegaba a un buen termino tenía una connotación festiva. Tanto en el pueblo
como en la ciudad la visita estaba unida al ofrecimiento de regalos, a menudo
de naturaleza simbólica y relacionado con la fecundidad: hogazas, dulces o
huevos.
Durante todo un
mes las mujeres disfrutaban de deliciosas viandas (manjares y carnes), treinta
días era el intérvalo que discurría entre el parto y la ceremonia de
purificación. Mientras en los ambientes campesinos la madre regresaba a sus
actividades en el tiempo más breve posible.
Retorno de la mujer a la sociedad
La mujer era considerada impura hasta la
purificación; no desarrollaba sus habituales cometidos, tenía prohibido
encargarse de la cocina o de los hijos, con excepción del recién nacido. La
ceremonia de purificación la liberaba de la suciedad del parto y la devolvía al
seno de la comunidad. En la religión hebrea la mujer debía permanecer aislada durante cuarenta días.
Con la primera
salida después del parto, la mujer se exhibía ante sus conciudadanos. Era
habitual que ese día luciera vestido nuevo. Por la mañana, a la hora de la
misa, la mujer se presentaba en la iglesia. Se arrodillaba en la puerta, en espera de que el sacerdote se
acercara a levantarla y la
invitará a entrar al templo. Se tiene conocimiento que era habitual realizar
una donación económica al párroco, ofrecer una vela a la Virgen, cuya llama
simbolizaba la purificación y, por último, brindar una comida, lo que daba más
solemnidad a la jornada y al retorno de la mujer a la comunidad.
*Bibliografía: La aventura de la Historia. Año 1,
número 4, España. Febrero de 1994.