¿Y la etiqueta?
no entiendo nada. Definitivamente creo que la etiqueta social ha pasado
totalmente de moda o de plano se volvió un artículo tan obsoleto como las
normas de Carreño o ya a nadie le importa como vestirse para un evento social.
enojado monólogo, di un sorbo a mi chai late de manzana, como para dar tiempo a
que las demás me dieran su punto de vista, porque yo de plano podía llevarme la
tarde como en la plaza de toros y cortar orejas y rabo de todos los que no
saben cómo vestirse para ir a una fiesta.
—Ay,
María —me dijo tranquilamente Marijós—, tú siempre tan exagerada. A ver,
cuéntanos. ¿Qué fue lo que realmente pasó? ¿Dónde viste tanta gente tan mal
vestida? ¿Dónde te encontraste a tantos invitados que olvidaron que un día
existió el famoso Carreño y sus normas sociales?
—A la
boda del Pedro, el primo de mi amiga Maripily. Fue a medio día, y bueno ya
sabrán, desde que llegamos a misa la verdad es que quedé sorprendida y hasta
asustada porque mi ajuar no parecía ser el apropiado: la mayoría de la gente
iba vestida de largo, satines y pedrería y, además, muchas mujeres de negro.
Les
juro que pensé en regresar a cambiarme y ponerme un vestido con lentejuelas
después de que la primera imagen que vi fue la de una mujer con un ajuar
parecido a la novia: satín, largo hasta arrastrar, escote drapeado, con gasas y
en color perla y peinadazo de chongo alto como Marge Simpson.
—¡Ay,
no! ¿En serio? —preguntó Jenny sorprendida—. No puedo creerlo, ¿quién le dijo a
esa mujer que podía hacer semejante aberración en una boda? ¡Y peor, de día!
Creo que estás exagerando María, ya sabemos que a ti eso se te da con singular
alegría.
—En
serio que no. No les exagero para nada. Luego te va el siguiente botón, otra
invitada con un hermoso traje sastre ¡negro! Y una blusa del mismo color con
brillos en dorado. O sea, ¿quién le dijo que usar oscuro aún en un divino
conjunto de dos piezas es una buena opción para ir a una boda formal de día?
—¡María!,
ahora sí que sacaste las tijeras, las afilaste y te fuiste directo a la boda de
Pedro. De seguro no se te fue nadie vivo ¿o sí? —comentó Jenny, y meditó un
poco antes de soltar su siguiente comentario—… Ahora sí que fuiste, ¡te pasaste
de amargadita! ¡Ni yo ando tan filosa como tú!
—Bueno, bueno, a eso también se va
a las fiestas ¿no? ¿O ustedes sólo van a convivir y a comer bien?
—¡Ay,
no!, claro que no —exclamó Marijós en tono de reproche—. La verdad es que yo
también llevo las tijeras afiladas y a veces se puede hacer un buen recorte y a
veces no; pero qué bueno que en esta boda te tocó mucha tela de donde cortar
¿no? Así de plano no tuviste tiempo de aburrirte.
—¡Definitivo!
—exclamé sintiéndome comprendida—. Para donde voltearas te podías encontrar
muestras de gente que, de plano, dejó la etiqueta y sacó su mejor vestido de
gala “nocturna” llevándose hasta la estola de piel de foca prohibida y matada a
palos por despiadados cazadores.
Es en serio lo que les digo. Pensé
en regresar a la casa a cambiarme porque de plano no encajaba yo con mi
vestidito de coctel; tanta gala me tenía apabullada. Me sentía como el chícharo
en la cazuela, hasta que llegó otra mujer con un divino ajuar ad hoc al festejo
y como que ya me dejé de sentir tan fuera de lugar.
¡Ah! Y
no faltaron las mujeres vestidas de lentejuela completa, aquéllas que llevaban
dorado y encima brillos y más brillos que más que ser la elegancia
personificada, parecían esferitas de navidad caídas del árbol de la temporada
pasada.
—María,
ahora sí que como dice el refrán, estuviste en todo menos en misa.
Vivi,
a quien por primera vez invitábamos a nuestras famosas tertulias de los jueves,
intentando integrarse a la conversa, tímidamente acotó:
—Es
que, es terrible que tú te pases todo el día arreglándote o te levantes de
madrugada para estar hermosa y resulta que llegas a la fiesta y la gente va de
mezquilla. ¡Ay no, por favor!
Y todo esto viene a colación,
porque de verdad, no sé si sirva ya de algo la etiqueta o es un artículo de
tercera necesidad que si se te antoja lo compras o sino, te vas casi tal cual
como amaneciste o como si fuera un día normal de trabajo, aún cuándo la gente
se haya esmerado bastante por hacer algo elegante y fino.
—Yo
creo —comentó Marijós—, que depende mucho de la educación de las personas,
porque si esa chica del vestido parecido al de la novia no tiene ni la menor
idea de que existen reglas de etiqueta pues no es que no le importe, sino que
desconoce completamente como es que debe de ir.
—Pues
sí —les dije—, pero no te puedes resignar a eso o ¿si? Por lo general, las
mujeres somos vanidosas e ir mal vestidas a cualquier lugar te hace sentir
incómoda y, además, por poca educación que tengas siempre hay una revista a la
mano o alguien que te pueda asesorar de cómo hay que ir a los eventos
especiales, ¿a poco no?
—Mira
amiga, ya ni te estreses —intervino Jenny con su singular ironía—, mejor
roguémosle a Dios que siga habiendo gente como la de la boda de Pedro, que ni
idea tiene de que existe algo que se llama “etiqueta social”, porque así,
siempre, siempre, siempre, tendremos tela de donde cortar aún cuando el evento
sea la cosa más divertida.