Las jerarquías del amor
significa darle un orden lógico de importancia, convivencia o interés a los
valores que uno considera como esenciales enumerándolos desde el más importante
hasta el menor. Siendo así ¿será justo jerarquizar nuestro amor?
jerarquizar el amor? Esta pregunta tiene una doble respuesta. Algunos
argumentan que el amor simplemente “es” y que no tiene grados ni formas, que no
hay amor de primera y de segunda clase, que no hay amores mejores o peores, que
simplemente es amor.
Si
el jerarquizar significa saber administrar ese potencial del amor hacia las
personas que nos rodean, de una forma especial con los que tenemos un lazo de
sangre, entonces debemos jerarquizar el amor para asegurar una adecuada calidad
sin tener riesgo de perder camino.
El amor que se profesa a la pareja antes de
casarse debe permanecer; debe ser la raíz del árbol de la vida que va
creciendo, si se quiere ser un árbol frondoso, con ramas grandes y fuertes.
Este amor inicial que se fue fraguando en el noviazgo, está llamado a seguir
creciendo. Las raíces, aún y cuando su crecimiento es hacia abajo y no se ven, son importantísimas; tan es así que
si no están fuertes puede crecer grande el árbol, que es lo que se ve, pero se
caerá con el primer ventarrón. Por ello, el primer compromiso de amor debe ser
con el cónyuge.
Cuando llegan los hijos viene un quiebre en el
amor a la pareja que debemos atender para que no llegue a afectar. Tenemos que
estar convencidos de que a ellos, nuestros hijos, se les aman en segundo lugar,
después del cónyuge, porque ellos son fruto del amor de nosotros, de un amor
anterior en el tiempo.
En el tercer lugar de la jerarquía de amor,
están los padres y hermanos. Es triste ver cómo frecuentemente en muchos
hogares no se tiene claro esta jerarquización. Esto lleva a destruir la
relación de muchas parejas, especialmente por la fuerte dependencia de uno de los casados con alguno de sus
padres.
¿Y dónde queda el amor a Dios? El lugar del
amor a Dios está, sin duda, en todo lo que realizamos desde una perspectiva del
bien del otro, pasando primero por el auténtico amor propio. Dice el Evangelio:
“De la abundancia del corazón, hablará la boca” (Mt 12,34).
Consejos prácticos
- Impedir el involucramiento de los papás en su
matrimonio. - Cuidar que el exceso de atención a los hijos no
afecte el amor entre la pareja. - No utilizar el pretexto de la atención a los
hijos para no acompañar o apoyar al cónyuge. - Estar consciente de que los hijos se marcharán
del hogar y volverán a estar solos, como cuando iniciaron su vida
conyugal. - Resaltar las cosas buenas de cada una de las dos
familias ante nuestros hijos. - Establecer límites claros con la familia de
origen. - No tener favoritismos entre los hijos.
* Bibliografía: David Noel Ramírez
Padilla, “Parejas sedientas de felicidad” (2005), Editorial: MC Graw Hill.
Familia Mexicana de Guadalajara, pláticas prematrimoniales y apoyo a parejas,
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