¿Por obligación o por cariño?
Hay tareas que no podemos eludir, que siguen fijas e inamovibles, que “esperan” con paciencia o con prisa que alguien las lleve a cabo.
Algunas de esas tareas son ordinarias, a las que no podemos dar la vuelta: asear la casa, preparar la comida, limpiar los platos, lavar la ropa, planchar, poner orden… Otras son tareas ocasionales: responder una carta, preparar un balance de cuentas, devolver un préstamo, llevar el coche a revisión.
En familia o en el trabajo llega la hora de distribuir tareas. A veces uno mismo se ofrece para hacer esto o lo otro. Otras veces nos ponemos de acuerdo para respetar una sana justicia “distributiva”, o un “jefe” —esperamos que bueno y aceptado por todos— decide quién hace qué cosa.
Realizar tareas, sobre todo si son rutinarias o si exigen sacrificio, cuesta. Las aceptamos porque “hay que hacerlo”, porque es imposible vivir sin comida, porque sentimos la urgencia de tener ropa limpia, porque nos angustiaría pensar que el coche tenga los frenos averiados. Pero hacer las cosas por obligación, como quien lleva sobre sus espaldas un peso del que quiere librarse cuanto antes, nos puede cansar, frustrar, oprimir.
Las tareas se llevan adelante de modo muy distinto cuando el corazón las asume desde un gesto de cariño.
Lavar la ropa es más llevadero —no dejará de ser cansado— si pensamos en la alegría de los familiares que ven que me ofrecí a ayudarles en esto. Preparar la comida se hace con más alegría si queremos contentar a los de casa. Poner orden en la fábrica o en la oficina resulta hasta hermoso si queremos facilitar la vida de nuestros compañeros de trabajo, simplemente porque queremos que estén a gusto y porque les apreciamos sinceramente.
Son dos perspectivas muy distintas: en una hacemos cosas, incluso muy buenas, desde el “deber por el deber”, porque toca, como quien desea cuanto antes quitarse un peso de encima; en otra, deseamos servir, ayudar, hacer más hermosa y llevadera la vida de quienes están a nuestro lado.
No siempre es fácil vivir de cariño, sobre todo cuando el tiempo ha desgastado los corazones y cuando en nuestro interior hay proyectos que entusiasman, mientras que lo “ordinario” cansa o lleva al aburrimiento. Pero sí es hermoso tener encendido, cada día, ese afecto hacia tantas personas que se abren como flor de primavera ante el gesto de cariño que les llega desde lo más profundo de un alma buena.