Por el aristocrático tono de la cantera típica de la región, Morelia es una sinfonía barroca en rosa. A cinco minutos, en la ladera del Cerro de Santa María, la vista de esta gema colonial resulta incomparable. Y más bella aún cuando se contempla desde un bar muy acogedor o las aguas cristalinas de una alberca con calefacción.

Con 36 suites repartidas en pequeñas construcciones rodeadas de hermosos jardines,  En resultado de la combinación de arquitectura, decoración y servicio, este hotelito boutique captura la atmósfera de una hacienda mexicana de los primeros años del siglo XX.

En las habitaciones, tras los muros de piedra al natural o pintados en un rojo intenso, el sólido mobiliario en maderas finas contrasta con accesorios franceses o antigüedades europeas.

Las chimeneas se encargan de suavizar las noches frescas mientras que en las terrazas se disfruta de los días soleados entre macetones cubiertos de azaleas que compiten con las espléndidas jacarandás vestidas de lila.

Con música de piano como fondo, en el restaurante se sirven platillos que mezclan los ingredientes de temporada más frescos con estupendas recetas tradicionales o internacionales y una buena medida de talento.

Todo en Villa Montaña invita al descanso y aunque dejar esa magia puede resultar impensable, quienes se deciden a salir podrán visitar la ciudad, el pueblo de Pátzcuaro a orillas del lago o el bosque poblado de mariposas monarca (sólo en invierno).