Casados a medias

Es casi general ver tristeza o preocupación en los rostros de los
matrimonios que tienen algunos años de casados. Pareciera que cuando están
juntos o salen en pareja no demuestran ninguna alegría. Se aceptan, conviven
con cara de pocos amigos. Es cierto que no somos responsables de la cara que
tenemos, pero si de la cara que ponemos. Y la cara que pongo es reflejo de lo
que siento y es reflejo de lo que en mi interior, hay.

¿Estamos nosotros en esta situación? Si así fuera, deberíamos
reflexionar seriamente sobre dos preguntas que tienen que ser claves para
aquellos que han decidido hacer de su vida un solo camino.

 

·      ¿Entre nosotros hay encuentro, sabemos encontrarnos?

·      ¿Entre nosotros hay amistad? ¿Sabemos mantener esa
relación profunda y abierta de todas nuestras cosas?

 

Gran parte de los matrimonios están casados a medias.
¿Qué quiere decir, estar casados a medias? Se encuentran sus cuerpos pero no se
encuentran sus almas. Se usan, se desahogan pero no crecen en espíritu. No
crecen en ser persona en unidad con el otro. Y cuando esto ocurre, aparece
en su vivir el egoísmo, el encerrarse en un montón de actitudes.

¿Dónde quedó aquel inicio tan hermoso, dónde aquella
luna de miel que eran nuestros primeros años de casados? La luna de miel se
acaba cuando chocan los dos egoísmos. La luna de miel continúa cuando me
preocupo por lo que quiere el otro. Hay que aprender a vivir con el otro ser
humano. Hay que aprender sus vicios, sus virtudes, sus defectos y caprichos,
sus alegrías y sus malos humores. Sus días de mala luna, como se dice por ahí.

La vida de un hombre y una mujer está hecha de
pequeños momentos cotidianos, está hecha de pequeñas incomprensiones, olvidos,
gestos dulces y amargos, diálogos cálidos y también enojosos.

La vida de los esposos, hay que entenderlo bien, es
la historia de su vida compartida, hecha en la responsabilidad común. Cada uno
aceptando al otro. Y al hacerlo harán crecer su ser personal y el del otro.

Eso si, la comunión entre varones y mujeres no puede
hacerse en un instante, en un momento. Se necesita de su tiempo. Por creer esto
fracasa muchas veces la experiencia de la pareja. No se puede amar a otra
persona sin tener en cuenta su propia historia, cuyo conocimiento iremos
descubriendo poco a poco. La comunión se edifica día a día, compartiendo,
dando, recibiendo.

Lo justo en esto de vivir juntos sería —si no pueden
evitar los malos momentos— que cada uno de los cónyuges tuviese por turno
riguroso sus días de mal humor. Por desgracia, sucede a veces que uno de los
dos detenta el monopolio del mal humor. En tal caso, ¡en tal caso! al otro no
le queda más remedio que armarse de valor y tratar de tener otro monopolio: ¡el
monopolio de la paciencia! En toda vida de a dos hay y habrá obstáculos. Veamos
algunos.

 

Nuestro pobre corazón, tan versátil e imprevisible

El cónyuge prudente sabe que es preciso mantenerlo bajo control. A
veces, sin embargo, hay quien se engaña. Cree poder descuidar un tanto la
vigilancia y permitirse alguna distracción. La tan común llamada “canita al
aire”. La familia se fue de vacaciones, uno va los fines de semana y de lunes a
viernes es fácil la tentación. Estoy sólo, sabré controlarme. Y se dice: ¡es
solo un momento! ¡No saldré de mis limites! El momento se convierte en una hora
y la hora en traición. Dice San Francisco de Sales: nadie despierta
voluntariamente el amor sin hacerse su prisionero.

En este juego, el que atrapa es atrapado. El fuego
del amor es más activo y poderoso de lo que parece; uno cree que le ha tocado
solamente una chispa y uno se queda estupefacto viendo que, como un rayo, se ha
incendiado el corazón, reduciendo a cenizas aquel propósito y en humo nuestra
reputación, nuestra fidelidad.

Conocemos los grandes navegantes de la mitología
griega. Estos prometían a sus amigas y amantes volver a casa, después de algún
tiempo de aventuras y trabajos, pero nunca volvían. En el mar, escuchaban los
cantos de las sirenas, quedaban fascinados y cambiaban de rumbo para estar con
ellas. Las mujeres no los veían nunca más.

Pero hubo uno —Ulises— que previó el peligro. Quiso
que sus compañeros le ataran al mástil de la nave. Cuando pasaron por la isla
de las sirenas, también él escuchó su canto maravilloso, también él se quedó
fascinado, pero no podía seguir las voces y los cantos de las sirenas, ya que
estaba atado. Así, las sirenas no pudieron seducirle. Fue el único que volvió a
casa. Ser precavido como Ulises da buenos resultados.

Toda persona —incluso el más acérrimo crítico del
matrimonio— anhela, si es sincero consigo mismo, tener alguien en quien poder
abandonarse completamente, alguien que siempre esté con él, pase lo que pase,
que confíe en él también cuando todo está en contra suya; también cuando sufre
fracasos y enfermedades, cuando se hace mayor y más débil. “La edad no protege
contra el amor, más el amor, en cierta medida, protege contra la edad” (Jeanne
Moreau).

 

Los celos

Los celos son también un obstáculo que aparece en algunos matrimonios. Los
celos no ennoblecen el amor —como a veces se dice y se cree— sino que lo
humillan y corrompen. Los celos son ciertamente indicio de la fuerza del
afecto, pero no de su calidad, ni de su pureza y perfección.

Quién está celoso, duda de la fidelidad de la persona
amada, duda de la fidelidad del otro. Los celos terminan por destrozar la
sustancia del amor, porque producen disputas y discrepancias. Disputas y
discrepancias no son tierra fértil para que el amor crezca.

Jutta Burggraf piensa que el humor, el reírse o al
menos sonreírse es importante para un buen clima hogareño. La mejor educación
es la convivencia familiar alegre y armónica.

«Cuando hayas estado un día entero sin reír,
habrás perdido totalmente ese día». Este lema es muy importante
precisamente para la vida cotidiana de la familia. Las personas carentes de
humor e incapaces de reír llevan una vida poco atractiva. Los matrimonios y las
familias, que han dejado de reír, están perdidas.

En cambio, el que tiene sentido del humor, puede
olvidarse de sí mismo, y de este modo está libre para los demás. Todos tendemos
a veces a plantearnos problemas existenciales por cosas insignificantes, y esto
afecta a las relaciones entre los hombres. Debemos esforzarnos por no
contemplar las múltiples cosas pequeñas de la vida cotidiana desde su aspecto
negativo. Cada cosa, como es sabido, tiene dos caras, y vale la pena centrar la
vista en aquella cara de la que podemos reírnos a gusto, o al menos sonreír.

Pablo Neruda escribió: “Podrán cortar todas las
flores, pero nada impedirá la llegada de la primavera”. Igual sucede en los que
se aman. Habrá obstáculos, habrá discrepancias, habrá malos momentos, podrá
haber infidelidades, pero el amarse hace posible que siempre llegue una
primavera. Que siempre llegue un nuevo brotar, una nueva primavera en nuestra
vida. Simplemente porque se aman. Y en toda primavera si algo se necesita, si
algo sobra es el amor. Y desde el amor todo es superable.

Si no existiera el amor no habría primavera. ¡Existen
primaveras! en la vida de todos, porque es amando que uno llena en profundidad
toda su vida si somos capaces de volver amar.

 

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