La somatización

En las somatizaciones las personas reaccionan
al estrés, a la tensión y a la ansiedad con un mal funcionamiento fisiológico
que, incluso, puede llegar a provocar daños irreversibles en órganos y tejidos. 

Somatizar es transformar problemas
psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria. En palabras de Freud, los síntomas permiten a los
pacientes mantener el mecanismo dinámico cuando su psiqué está amenazada. Es
decir, al experimentar un estrés agudo la mente, para no “volvernos locos” y
para destensionarse, manda los síntomas al cuerpo.

Como parte del diario vivir, el
corazón varía su ritmo y el volumen de sangre que bombea, late con mayor o
menor rapidez y fuerza dependiendo de las experiencias emocionales; el sistema
urinario y el gastrointestinal sufren cambios musculares y glandulares; los
pulmones se expanden y contraen; la piel enrojece y palidece como respuesta a
las emociones; el sistema digestivo incrementa o disminuye su actividad.

Como respuesta al estrés se enciende el
sistema de alarma: las glándulas suprarrenales y el sistema nervioso ejercen
efectos muy variados. Si la respuesta es directa se puede expresar enojo o
responder agresivamente, con el miedo se provoca una fuga que consume la
energía liberada. Si no hay salida o forma de expresarse o actuar, los cambios
viscerales persisten por lo que la tensión, al no tener alivio en la acción,
produce una amplia gama de alteraciones fisiológicas. Cuando los sucesos se
vuelven crónicos o habituales los cambios se vuelven patológicos convirtiéndose
en enfermedades es ahí donde se producen las somatizaciones, entre las que se
encuentran las úlceras pépticas, asma, colitis, migraña y artritis, entre otras.

Cuando se presentan los síntomas
nos sentimos débiles, impotentes y vulnerables; los estados emocionales juegan
un papel significativo en la enfermedad y en el curso de su recuperación. Con
frecuencia quienes se ocupan de los cuidados médicos actúan con indiferencia
ante la aflicción del paciente; cuántos recursos económicos y humanos se
ahorrarían si se averiguara el estado emocional por el que está pasando el
enfermo.

La señora Leticia tenía varios
años batallando con la adicción de su hija. Cierto día, después de salir de la
terapia familiar en el centro de rehabilitación, sintió un cúmulo de
sentimientos encontrados. Horas después los ojos le dolían intensamente, se le
pusieron tan rojos que parecía que lloraba sangre. Acudió al médico quien le
prescribió un antibiótico; poco después de tomarlo perdió la conciencia, la
enfermedad se complicó de tal manera que pasó dos semanas en terapia intensiva
luchando entre la vida y la muerte. Para el hospital la causa fue la reacción
alérgica al medicamento. Sin embargo, el dolor emocional la había dejado
vulnerable, las emociones afectaron el sistema inmunológico.

Existe un sector de profesionales
de la salud que solo se ocupan del estado físico dejando de lado el estado
emocional. El tiempo dedicado a la consulta es tan breve que en lugar de
interrogar a profundidad y tomar
en cuenta el estado emocional se apresuran a prescribir cualquier fármaco. Un
ejemplo ilustrativo es lo que le aconteció a Paco que venía padeciendo dolores
intensos en su espalda a consecuencia de la depresión. En la primera consulta
habló tanto que el médico lo paró en seco al decirle “guarda silencio, ya
hablaste demasiado”; a partir de la falta de empatía con el médico, por más
medicamentos que le recetaron nada logró que Paco se sintiera mejor.

Por otra parte, encontramos el
lado opuesto: los que opinan que la gente se puede curar sola, incluso de la
enfermedad más dañina, simplemente pensando en forma positiva, y los que hacen
sentir culpable al enfermo por padecer una enfermedad como si ésta fuera
castigo de Dios por algún desliz moral. La realidad de la enfermedad se
encuentra en un punto medio entre estos dos extremos.

Cuando Chelo estaba pequeña se
enfermaba con frecuencia de la garganta; los antibióticos eran la única salida
a su enfermedad. El problema se reforzaba con su madre, quien cuando quería
atención del esposo obligaba a la niña a decirle al papá que estaba enferma; la
obediencia de la niña resultó: hasta le aumentaba la temperatura. Después de
varias cirugías tomó conciencia de la situación y buscó ayuda. En la terapia
descubrió cómo aprendió a enfermarse, así inició su batalla para dejar de
somatizar. Poner límites, liberarse del resentimiento y el cambio de actitudes
han resultado muy benéficos para su salud.

El sistema nervioso central y el
sistema inmunológico se comunican. Mente, emociones y cuerpo no están separados
sino íntimamente interrelacionados. Según Francisco Varela, Neurólogo de la
Universidad de París, el sistema inmunológico es el “cerebro del organismo”.
Las emociones ejercen un efecto poderoso en el sistema nervioso autónomo que
regula todo: desde la insulina hasta los niveles de presión sanguínea. El
sistema nervioso se comunica directamente con los linfocitos, células del
sistema inmunológico, este contacto permite que las células nerviosas liberen
neurotransmisores para regular las células inmunológicas. El descubrimiento es
revolucionario, se desconocía que las células del sistema inmunológico podían
ser blanco de los mensajes enviados desde los nervios. El sistema inmunológico
no solo se conecta con el sistema nervioso, sino que es esencial para la
función inmunológica adecuada.

 

Recomendaciones

  • Los
    síntomas y los trastornos de conducta en los niños son expresiones no
    verbales de alguna situación que los perturba. Utilizar frecuentemente
    antibióticos interrumpe la respuesta natural del sistema inmunológico,
    dejándolos desprotegidos contra infecciones severas.
  • Las
    emociones reprimidas deben ser tratadas en terapia con la finalidad de
    evitar somatizaciones cada vez más complejas.
  • Vigilar
    nuestro comportamiento. Es increíble el desconocimiento que tenemos sobre
    lo que comemos, cómo dormimos y qué proyectamos.
  • Cambiar
    nuestra actitud mental. Las personas aprensivas que se afanan en hacer
    todo perfecto sufren problemas como colitis, gastritis y ulceras.

 

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