El éxito, ¿factor de ruptura en las relaciones de pareja?

“Te amaré por siempre”, es la frase comúnmente pronunciada a lo largo del noviazgo que se consagra en el día del enlace matrimonial frente al altar; sin embargo, ¿tenemos idea de qué significa en realidad?

 

Dicen popularmente que “el prometer no empobrece”, y probablemente esta sea una de las tantas frases que proferimos al calor  de la ferviente llama del amor, sin detenernos a pensar en lo que en realidad significa. No obstante, con el correr del tiempo, los actos, más que las palabras, son puestos a prueba por la realidad.

Amar a alguien cuando lo tiene todo es fácil. La sociedad contemporánea nos ha impuesto que sólo si eres exitoso y posees belleza, inteligencia, estatus, capacidad económica, altos niveles educativos y un buen puesto de trabajo, tu relación prosperará; pero, si leemos con atención las letras chicas de este oneroso contrato descubriremos que el precio por ser todo esto y más, es demasiado leonino, que muchos perecerán en el intento (junto con sus relaciones), porque la vida no es algo que se pueda planear sin contratiempos.

 

El tratar de mantener a toda costa este pesado modus vivendi es lo que nos asfixia, pues nos percatamos de que es esto lo que va matando poco a poco nuestras relaciones e, incluso, a nosotros mismos, ya que en la carrera por lograr el tan anhelado “éxito” que perseguimos tan fervientemente y sin descanso, nos olvidamos de lo más importante: los corazones que tenemos al lado (incluidos el propio y el de nuestra pareja).

Los imperativos a cumplir se han vuelto demasiados, tantos que a la larga terminamos exhaustos al intentar de mantenerlos a flote. La vara se ha puesto mucho más alta de lo que la mayoría puede alcanzar. Eso es lo que hace que muchas de las relaciones fracasen. El camino al éxito y sus consiguientes etiquetas se han vuelto factores determinantes y, en algunos casos condicionantes, para que en esta sociedad contemporánea funcione una relación. Nos han enseñado a pensar que  el amor vive solamente bajo estas circunstancias, cuando en realidad, lo que hace es luchar por sobrevivir a pesar de ellas, tratando de arrastrar, con el paso de los años, estos pesados lastres que terminan por hacer insostenible el continuar.

 

En el tiempo de generaciones anteriores era recurrente escuchar que cuando “el dinero entraba por la puerta, el amor salía por la ventana” , en la nuestra sería más propicio decir que “cuando la fanfarronería del éxito se engala por la ventana, el amor decididamente sale por la puerta”. ¿Qué hacer ante ello?

Plantar cara a esta situación, arrancar sus máscaras y aceptarnos simple y llanamente cómo en realidad somos, tan humanos, profundamente normales, comenzando, así, un proceso en el cual podemos sincerarnos con el otro y aceptar que no somos súper héroes de historieta, dioses o súper luchones que están dispuestos a dejarlo todo y a todos (incluso a sí mismos) sobre  la calzada de abrojos y zarzales por llegar a la cima del “éxito”.

 

¿Y si cambiamos la palabra “éxito” por felicidad?

La felicidad no por fuerza conlleva al éxito, al menos no al tipo de  éxito que la sociedad contemporánea exige a costo de sangre. Ser feliz implica conservar lo más importante, el amor, a pesar de que no te encuentres rodeada de todos aquellos factores que harán que otros te consideren una rotunda triunfadora.

Felicidad es aprender a disfrutar las pequeñas cosas de la vida que se vuelven grandes, aquellos instantes irrepetibles, ceder, dejar ir, aceptar que en la vida hay tiempo para todo, que lo más maravilloso no es lo que se posee, sino con quien se comparte mientras se forja camino. Que la belleza realmente importante es la que trasluce de adentro hacia a fuera y no al revés; la inteligencia es valiosa sólo si se emplea como estrategia para mejorar y no como arma para destruir; el estatus no es determinante de cuánto vale un ser humano; la capacidad económica, al igual que sucede en las gráficas, a veces esta arriba y otras abajo, y que de todo se aprende; un trabajo, sea cual sea, es parte de tu vida, no tu vida en sí misma, y  que lo más valioso es el tiempo que tenemos para convivir con el otro.

 

Si contemplamos con detenimiento esta situación, es probable que logremos entrever que, distante a lo que nos han vendido, no siempre el camino al “éxito” nos conduce por fuerza a la felicidad. Casi por el contrario, el intentar alcanzarlo tan acuciosamente nos conduce a transitar con las alas quemadas por un sendero de soledad que nos arrastra al vacío en busca de fetiches que al final nunca logran curar esa ansiedad.

 

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

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