El machismo a la inversa, ¿dónde quedó la mujer moderna?

¿En qué nos hemos equivocado?, ¿por qué en lo que va de este nuevo siglo, y desde la mitad del pasado, no hemos logrado tener relaciones estables?

 

A mediados de la década de los cincuenta, la mujer obtuvo el reconocimiento del derecho al voto y con ello una serie de derechos de los que antes carecíamos. Este hecho hizo que paulatinamente nos fuéramos empoderando, que lográramos salir del hogar y que nos incorporásemos al mundo laboral. El volumen de requerimientos y demandas que la sociedad nos imponía aumentó, pues ya no bastaba con ser esposa y madre, ahora también comenzábamos a ser competencia y paulatinamente cabeza de familia y habría que prepararnos para ello; pero, ¿en qué momento de la historia nos perdimos a nosotras mismas?

Nos esforzamos tanto en ser como los hombres que comenzamos a imitarlos en los aspectos que menos debíamos. Nos concedimos libertades que sólo creíamos de ellos y que paulatinamente hicimos nuestras, hasta que nos dimos cuenta de que no nos ponían a su nivel, sino que demeritaban el nuestro.

 

Dicen que el sistema de competencias sirve para ofrecer mejores servicios, pero en este plano eso definitivamente no aplica porque simple y sencillamente somos diferentes orgánica y sensorialmente. No aprendí ello hasta que empecé a entender cómo es que nosotras mismas por medio de este hermoso sistema comenzamos a sabotear nuestras relaciones.

México, como muchos otros países alrededor del mundo, conserva una costumbre poco sana que le cala hasta el hueso: el machismo. Éste se ha vuelto no sólo una mala costumbre para muchos(as), si no que, incluso, un modo de vida que es transmitido de madres a hijos de manera inconsciente.

 

Antaño ser bien macho era sinónimo de ser bien patán, el problema ahora no sólo los hombres se comportan así, sino también las mujeres. ¿Por qué? Porque es parte de un proceso histórico y social en el que estamos inmersas y que no se desactiva hasta que no lo haces consciente.

En la década de los cincuenta el hombre obligado por el clima social otorgó la batuta a la mujer, esta se sintió reina, pero había un pequeño problemita, estaba muy resentida por haber sido víctima durante mucho tiempo y, entonces, hizo lo que había visto que el hombre hacia sólo que a la inversa: imponer, no mandar, así nació el feminismo radical.

 

Ni machismo, ni feminismo nos han funcionado, ambos son los peores extremos de cada género donde, al final, llegamos al mismo punto: destruirnos los unos a los otros por medio de armas ideológicas sustentadas en la bella barrera del género. Ante esta batalla surgió la equidad de género que reclama una sociedad más horizontal y menos vertical por cualquiera de las dos partes, una en la que no se busca que uno sea mejor que otro y que mandé, sino que ambos compartan y logren salir avante.

¿Entonces por qué fracasan nuestras relaciones?, ¿por qué los noviazgos duran menos?, ¿por qué llega el divorcio más rápido? Fácil, porque cambiamos de papeles, en algunos casos los invertimos, en otros más se lucha por conservarlos, y la resultante es un revoltijo sin pies ni cabeza en el que impera la frase: “sobreviva el que pueda”.

 

¿Te suena familiar el escuchar que cada vez más las mujeres parecen hombres y los hombres se comportan como chicas? Hemos caminado hacia el lado equivocado. Las mujeres de ahora solemos imponer, más que escuchar, y con ello lastimamos el amor de la peor forma pues cortamos la comunicación y paulatinamente la confianza y el amor.

¿Por qué nos cansamos? Porque no es un estilo natural. Uno se cansa de hacer aquello que le desagrada porque en el fondo sabe que algo no va bien.

 

Nos hemos convertido en aquel monstruo abominable que nos atemorizaba y odiábamos. Y, ahora, al vernos al espejo no logramos ver nuestro propio reflejo, sino el de una cosa amorfa que construimos intentando protegernos. Copiamos lo peor a través de patrones, tristemente elegimos el equivocado. ¿Qué hacer al respecto?

Desandar el camino transitado nunca es una opción. El ver el rastro de nuestros pasos a la distancia nos permite contemplar nuestros errores, ser más críticos con nosotros mismos, reflexionar y  trazar un mejor rumbo del que teníamos. La clave se encuentra en, precisamente, el equívoco pues es gracias a él que reflexionamos. Mujeres machas y hombres sumisos son la resultante del experimento de generaciones pasadas.

 

¿Por qué seguimos fracasando? Porque luchamos en contra de un sistema que trae nuevas ideas de otras realidades y que, a su vez, nos enfrenta contra las que ya teníamos establecidas hasta la entraña más profunda, empantanándonos así en un continuo vaivén de un paso adelante y otro para atrás. Resultante: nuestra destrucción mutua a través de relaciones nocivas.

Las nuevas generaciones no queremos hombres ni mujeres machos, ni sumisos. Queremos construir parejas equitativas donde se privilegie la comunicación, confianza y, sobretodo, el conocimiento de nosotros mismos. Estamos cansados de aparentar algo que no somos. Queremos tener una pareja para compartir experiencias y ampliar nuestros mundos, no para acabar en guerra con el hígado hecho pedazos, el corazón en un hilo y el cerebro en depresión.

 

Las mujeres actuales que tenemos una visión equitativa estamos cansadas de  ver cómo hay féminas machas que dominan en sus casas y que no escuchan a sus maridos, que los maltratan sólo porque ellas y sus madres fueron maltratadas por sus padres. Estamos cansadas de los hombres patanes que copiaron el patrón nocivo de generaciones pasadas donde ellos trataban a las mujeres  como seres inferiores degradándolas al nivel de objetos o trofeos.

Las generaciones actuales aplaudimos a los padres jóvenes que cargan en su rebozo a sus bebés y fortalecen sus lazos de afecto desde chicos demostrándoles que no es más macho quien grita, sino quien apoya a su pareja a cumplir sus sueños. De aquellas mujeres que son capaces de estar al frente de un despacho, centro de investigación u oficina y que apoyan a sus parejas, que comparten, luchan y aman en vez de chantajear con berrinches o gestos poco amables.

 

Las generaciones de hoy sabemos que para construir a veces tenemos que empezar de cero y ello implica analizar nuestros patrones. Analizando qué sirve y desechando lo que no nos está funcionando. Colocando así cada tabique de la relación como nosotros la queremos. Deteniéndonos a pensar no en qué género es mejor: él o ella, sino construyendo relaciones sólidas desde un nosotros, en las cuales quepamos ambos, sin lastimarnos ni sabotearnos y dejando esa rancia pelea de quién es mejor. Logrando identificar nuestras diferencias y apoyándonos uno en el otro para concretar nuestros sueños.

Así que ya sabes, si tu relación no va bien y ello tiene, en parte, que ver contigo:

 

  1. Analiza detenidamente, ¿qué factor está causando ruido? Si detectas que parte del problema eres tú o tus actitudes, entonces reflexiona si ello tiene que ver con aquello que viste o viviste en casa, actitudes provenientes de generaciones pasadas, es decir si es parte de un patrón.
  2. Si identificas que estas siguiendo patrones equivocados: tranquila, respira, ármate de valor y enfréntate a ti misma.
  3. Analiza con cabeza fría tu pasado e identifica qué circunstancias estás repitiendo en tus relaciones. Recuerda que un patrón siempre es parte de una conducta aprendida y, por tanto, puede modificarse.
  4. Háblalo con tu pareja, trabájenlo y enfréntenlo juntos. Si es necesario, pidan ayuda de un profesional. Veras que poniendo ambos de su parte puede salvarse su relación.

Y recuerda, el problema en sí no es que se cometan errores, sino que no se reconozcan.  No hagas a otros lo que no quisieras que te hagan a ti. Esfuérzate en construir relaciones para dos, horizontales donde la comunicación y el amor sean de doble vía, no aquellas verticales en las que una de las dos partes sea impositiva y logre sobresalir a costa de pararse en el corazón del otro.

 

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

Deja un comentario