El terremoto y las relaciones de pareja

Somos un país hecho de relaciones. Nuestro corazón late al unísono y el pulso de nuestra gente fluye por nuestras venas, es quizás por eso que el terremoto del 19 de septiembre de 2017 nos unió más.

 

Hay sucesos, como éste, que nos hacen valorar los corazones que tenemos a nuestro alrededor: familia, amigos, pareja… Pero, también y, en definitiva, nos sacuden no sólo el cuerpo, sino las ideas y el corazón permitiéndonos ver con claridad aquello que muchas veces no deseamos enfrentar: la realidad, los procesos de desgaste e incluso las rupturas. Momentos como estos ponen a prueba el amor y evidencian el desamor. Nos ponen frente a la disyuntiva de romper o continuar, olvidar o luchar, amar o perder. Nos develan la venda que tenemos en los ojos y nos hacen ver aquello que realmente es importante.

Hacen que la vida misma fluya por un caudal infinito al presentarnos gente nueva o al traer de vuelta a nuestras vidas a valiosas personas del pasado, la factibilidad de un fortuito encuentro.

 

En estas situaciones es cuando se pone de manifiesto que “amores son acciones, no buenas razones”, hechos no palabras. Las palabras se las lleva el viento, vienen y van tal como una hoja al viento; sin embargo, los hechos marcan contundentemente una relación entre dos para siempre: el preocuparse, el estar al pendiente el uno del otro, el hacer, el demostrar, el saltar todas las barreras y el amar.

Durante este amargo trago, si abres los ojos lo suficiente, te será posible ver la solidaridad de la gente, la nobleza que se evidencia aún en los detalles más pequeños, la capacidad de respuesta, los diferentes niveles de ayuda y, sobre todo, la constante lucha. Miles de historias son contadas en este mismo momento, desde aquellas fortuitas en las que familias completas se reencuentran entre lágrimas de alegría; amantes armados con cascos, palas y botas en la búsqueda de apoyar a otros más desafortunados; brigadas de parejas ciclistas que circulan por la noche llevando víveres a albergues; dueños que lograron encontrar a sus mascotas, que son parte su familia; parejas que en estos días contrajeron nupcias en algunas de las parroquias que no fueron afectadas, hasta la parte más triste de aquellas personas que perdieron a un ser querido o todo su patrimonio.

La estafeta está dada de abuelos a padres y de éstos a sus hijos. La mejor herencia de amor es el ejemplo mismo, pues cuando muchos de nosotros aún éramos niños un terremoto parecido a este devastó la Ciudad de México en 1985. Hoy, tras 32 años, México se vuelve a levantar de entre los escombros.

Ciertamente, y como dicen: “la vida sigue”, aunque el  reincorporarse al ciclo de una megalópolis como está nunca sea fácil tras la debacle. El apoyar es la  respuesta a todo temor. El estar juntos aquí y ahora, la mejor medicina y bálsamo para las heridas del corazón. El abrazar a la gente que amas, el dormir con el amor de tu vida, el saber que la vida o la muerte te pueden sorprender siempre y cuando sea  de la mano de  la persona correcta y que nunca, nunca, estas solo, pues tienes una familia enorme que se llama México, por eso: ¡hoy todos somos México!

 

* Mireille Yareth, comunicóloga e historiadora, contáctala en: [email protected]

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