Proteger al amor matrimonial

El amor verdadero no busca la independencia, no busca la
«liberación» de todos los vínculos y responsabilidades. Al contrario,
impulsa a actuar justo al revés: se entrega, y no anhela nada más que atarse
para siempre a quien quiere ¡y no dejarle nunca más!

Estos son los grandes deseos, los grandes impulsos naturales del amor;
sin embargo, todos conocemos las flaquezas de nuestra naturaleza: hoy sentimos
gran pasión por una persona; mañana, quizá, por otra. Por eso, no bastan los
deseos de fidelidad, no bastan las promesas secretas o clandestinas. Hace falta
llegar a una alianza objetiva: comprometerse también cara a la sociedad, lo que
se traduce en este caso en contraer matrimonio.

Esta alianza es una protección del amor. Es como
decir a otra persona: «Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero
quererte. No sé todo lo que pasará a lo largo de la vida. A lo mejor, hay tentaciones
y conflictos. Pero tengo la voluntad de superarlas, y para probártelo, te doy
una promesa oficial.»

Conocemos los grandes navegantes de la mitología
griega. Estos prometían a sus amigas y amantes volver a casa, después de algún
tiempo de aventuras y trabajos, pero nunca volvían. En el mar, escuchaban los
cantos de las sirenas, quedaban fascinados y cambiaban de rumbo para estar con
ellas. Las mujeres no los veían nunca más.

Pero hubo uno —Ulises— que previó el peligro.
Quiso que sus compañeros le ataran al mástil de la nave. Cuando pasaron por la
isla de las sirenas, también él escuchó su canto maravilloso, también él se
quedó fascinado, pero no podía seguir las voces y los cantos de las sirenas, ya
que estaba atado. Así, las sirenas no pudieron seducirle. Fue el único que
volvió a casa.

Toda persona —incluso el más acérrimo crítico del
matrimonio— anhela, si es sincero consigo mismo, tener alguien en quien poder
abandonarse completamente, alguien que siempre esté con él, pase lo que pase,
que confíe en él también cuando todo está en contra suya, cuando sufre fracasos
y enfermedades, cuando se hace mayor y más débil.

Cada uno desea, en el fondo de su corazón, tener
una persona segura, de confianza, a su lado. ¿Porqué, entonces, experimentamos
hoy, que tantos hombres y mujeres rechazan de lleno el matrimonio? Muchos de
ellos, quizá, no rechacen el matrimonio «en sí», sino un tipo de
matrimonio lleno de mentira y de traición tras una imagen respetable. Rechazan
a los matrimonios que se cierran, ponen barreras, no tienen amigos, viven una
vida cómoda y aburguesada. Hay quienes buscan nuevos caminos, más interioridad
y autenticidad, y —por desgracia— terminan frecuentemente en la confusión.

La crítica es dura, pero nos puede servir para
plantear de nuevo la vida matrimonial. Es decir, el matrimonio no es
anacrónico, pero tampoco debemos vivirlo de un modo que llaman
«burgués», con estrechez de miras y falsedad, mirando más el aspecto
externo que el amor verdadero entre las personas que lo componen.

Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo
consiste en demostrar que el matrimonio es atractivo, también para los hombres
y las mujeres de nuestro tiempo. Y que, realmente, es el amor el que reina
entre los esposos. Conviene demostrar, en definitiva, que la fidelidad
matrimonial es posible y que lleva a una felicidad mucho mayor que el amor
«espontáneo»: éste puede ser muy apasionante, pero queda inmaduro, si
huye de la entrega definitiva. Hoy en día, hacen falta parejas que sean un
ejemplo de que el matrimonio, como vida en común indisoluble, es la mejor
garantía para la felicidad de toda la familia, y para ellos mismos, en la
juventud, en la madurez y en la ancianidad.

El matrimonio no es anacrónico en absoluto. Sin
embargo, es un reto —hoy más que nunca— mantenerse unidos uno al otro, también
en tiempos de crisis o de poca comprensión. Todo matrimonio pasa por crisis,
igual que toda persona, cuando crece, experimenta sus crisis de desarrollo. Es
muy normal que haya momentos duros en la vida. Uno nota monotonía, desazón,
quizá la falta de una plena realización profesional; ve que los planes se
derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que se deseaba. A veces, con
los años aparece el remordimiento de no haber dado al otro todo lo que se le
podía haber dado… No obstante, toda crisis trae consigo un cambio, y puede
ser un cambio hacia una madurez mayor, hacia una confianza más plena.

El día de la boda no es la última estación, sino
al contrario, es el comienzo de la verdadera aventura de la vida del amor. Si
se tiene la conciencia clara de que el matrimonio dura hasta la muerte,
entonces se esfuerza uno mucho más para hacer de él una empresa atractiva.

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