Mariposas en el estómago (Parte I)

Después de 10 años Andrea volvía a aquella ciudad que dejó a los 17. La
Guadalajara de sus amores seguía tan agradable como siempre la había recordado;
el clima, la gente, los lugares seguían encantándola, quizá había un poco más
carros y bullicio, pero a fin de cuentas todas las ciudades son así.

Cuando se fue a Barcelona no tuvo mucha elección, sus padres iban en
busca de un futuro mejor, después fueron sus sueños mismos los que la
mantuvieron en aquella ciudad, ahora volvía con 27 años de edad y una carrera
en ascenso dentro de la industria editorial de aquel país; en ese aspecto su vida
marchaba increíble, pero nunca había podido evitar añorar esa ciudad que en
algún momento le había robado el corazón.

Físicamente solo había cambiado un poco, su estatura era la misma, su
complexión también, pero su cabello ahora era color rojo encendido y un poco
más largo, además de que usaba más maquillaje.

Se dirigía a la colonia Americana, que era en donde vivían sus abuelos,
con quienes se quedaría durante toda su estancia. Conforme avanzaba en el
camino comenzó a reconocer los lugares que antes solía frecuentar, algunas
cosas no habían cambiado, otras lucían mejor y otras tantas eran totalmente
diferentes. Inmediatamente una avalancha de recuerdos invadió su mente; los
paseos, las risas, las salidas con amigas, los domingos en casa de sus abuelos,
las frescas noches de invierno paseando por las avenidas adornadas con motivos
navideños brillantes durante el día e iluminados hermosamente durante la noche.
Había más negocios, cafeterías y restaurantes por todos lados, más de alguno se
le antojo para visitar durante su estancia. No despreciaba su realidad ni su
ciudad de residencia actual, pero sin duda, muchos buenos años de su vida los
había pasado en Guadalajara. Amaba dicha urbe.

Le siguió indicando al taxi por dónde irse, aún recordaba un poco cómo
llegar a casa de sus abuelos y, además, ellos volvieron a recordarle las señas
para que se ubicara con más facilidad. Bajó del auto y el aire le pareció aún
más fresco y el sol más brillante. Retiró los lentes oscuros dejando al
descubierto sus grandes ojos color verde aceituna. Tocó el timbre de aquella
casa y mientras esperaba a que abrieran la puerta, toda una revolución de
recuerdos llegó a su mente, aunque fue uno especial el que la hizo sonreír más
cálidamente; su primer amor… (CONTINUARÁ)

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